MASCULINIDADES BIOTRANSCENDENTE

MASCULINIDADES BIOTRANSCENDENTE
Varones en la prevención de la violencia de género. Hombres Renunciando a su Violencia Resinificar la identidad masculina, es cómo nos salimos los hombres de esta trampa que hemos construido.

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lunes, 18 de agosto de 2014

Masculinidades Transcendentes…Estudios Sobre Masculinidades.

solo somos un hilo de la tela de la vida.

Masculinidades Transcendentes…Estudios Sobre Masculinidades.

-     Como se Construye un Hombre
-     Identidad masculina
-     La masculinidad como armadura
-     La armadura psíquica de la masculinidad
-     ¿Es la violencia una característica propia de los modelos de masculinidad?
-     ¿Qué es la masculinidad?
-     El Hombre y la Diversidad Masculinidad.
-     Masculinidad y Salud.

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Una definición general, pudiera llevarnos a considerar el género como: una construcción histórica y socio-cultural que adjudica roles, identidades, valores y producciones simbólicas a hombres y mujeres, incorporados por estos(as) mediante los procesos de socialización.

Las asignaciones de género también han sido establecidas en el marco de los ámbitos sociales que esta categoría define para sí: el público -que incorpora al mercado, el Estado y la sociedad civil-, y el ámbito privado, que se reduce al marco de la familia.

La configuración patriarcal de las estructuras en las sociedades a escala mundial, desde fechas tempranas, ha colocado a los hombres en ese polo hegemónico, dejando para las mujeres, sus relaciones con otros hombres, el papel de subordinación en las relaciones de género.

Estas desigualdades se hacen manifiestas en todas las dimensiones del género. En términos de identidad personal, son las características y conductas asignadas culturalmente a los hombres las que se han legitimado todo el tiempo.
El varón ha de ser fuerte, valiente, guía, proveedor, inteligente, heterosexual, capaz de suprimir la capacidad de expresar una gama de sentimientos devaluados, atribuidos solo a lo femenino, a la mujer como sujeto asociado a la debilidad, la abnegación, el cuidado, la ternura, la subordinación.
Surgen grupos de hombres que, principalmente desde la academia, se interesaron por las dinámicas propias que permeaban la vida de los varones y el proceso de construcción sociocultural de su género.

Diversas perspectivas y objetivos a cumplimentar entre aquellos que los fomentaban. Entre las principales perspectivas se encuentran:
La perspectiva conservadora o <<fundamentalismo machista>>. Sostiene que el rol masculino y sus funciones tienen su fundamentación, tanto en la naturaleza biológica, diferente para hombres y mujeres, como en el dictamen religioso de que así sea, entrando claramente en diametral oposición con aquellas propuestas de cambio que se vienen propugnando por otras corrientes. Constituye la perspectiva del fundamentalismo masculino, que defiende los roles tradicionales de ambos sexos. Su lucha se extiende contra los derechos de los lgbti, los inmigrantes y cualquier otra <<manifestación>> que ellos consideren <<deformada>>.

La perspectiva de los derechos masculinos (Men's right). Surgió en los años ochenta y la integraron tanto varones defensores de derechos patriarcales como varones partidarios de derechos igualitarios. Alentados por la idea de que si el feminismo sirvió como plataforma reivindicadora de los derechos de las mujeres; sostienen una posición de reclamo sobre derechos <<usurpados>> a los hombres como:

        Poder demandar a las mujeres por su violencia invisible.
        Romper el monopolio feminista sobre las investigaciones de género.
        Lograr la custodia de los(as) hijos(as) en plena igualdad legal con las mujeres.
        Tener derecho a una ley de paternidad plena.
         
        La perspectiva mitopoética. Encontró sus principales seguidores en los Estados Unidos, de la mano del poeta Robert Bly, a partir de la búsqueda del reencuentro de la energía masculina en tiempos de <<feminización de los hombres>>.
        La perspectiva profeminista. Surgió en los países anglosajones y escandinavos a principios de los años 70, asociada a los movimientos por los derechos civiles, constituidos generalmente por varones de sectores medios, que tomaron una postura positiva ante el cambio en las mujeres y bebieron del feminismo de la igualdad.

En el ámbito académico tiene su inserción a través de los Men's Studies (estudios críticos sobre los varones y sus masculinidades), los que incorporan a sus análisis la categoría género, con lo que amplían las bases de sus criterios y reflexiones.
Sobre la base de los objetivos que defiende esta última perspectiva, resulta ineludible que para alcanzar una real equidad en las relaciones entre hombres y mujeres, se trabaje arduamente con grupos de hombres dispuestos a promover y desarrollar nuevas relaciones, basados en el respeto, el diálogo, la comprensión y la equidad entre los géneros.
Existen ya, ejemplos de grupos de hombres, incluso en nuestro país, que han asumido desde la academia y desde sus experiencias personales la búsqueda de nuevos modelos de masculinidades, de nuevas formas de ser hombre; dispuestos a obrar de manera conjunta, sin repetir fórmulas hegemónicas.
Recordemos, que en este proceso de búsqueda de nuevas relaciones, los hombres han de estar conscientes y dispuestos a perder muchos de los privilegios que el actual orden de género les otorga. Conseguir que además, logren ver los múltiples beneficios que traerá para sus vidas, el deconstruir esos modelos tradicionales de ser hombre, es una apuesta que debe realizarse. Para ello, sin duda alguna, su presencia resulta ineludible.
¿Qué es la masculinidad?
La masculinidad, no es una categoría esencialista, ni estática, sino una construcción socio-histórica que se encuentra estrechamente vinculada a otras categorías como la raza, la nacionalidad, la clase social o la opción sexual. Las características, conductas a seguir y cánones que la definen, varían en cada contexto espacio-temporal, y son una meta a alcanzar por los varones; particularmente aquellas que definen a un modelo de masculinidad hegemónica, que detenta el poder en las relaciones con las mujeres y con los hombres que no cumplen los requisitos que dicho modelo establece.
A tono con lo anterior, es válido resaltar que al hablar de masculinidad, no podemos obviar la existencia de múltiples tipologías de esta, de ahí que muchos académicos(as) utilicen el término en plural: masculinidades.

Es muy raro que un hombre, ante cualquier problema de trabajo, de estrés, o depresión vaya a llorar al hombro de un amigo, a confesar sus frustraciones. Regularmente como se nos construye socialmente para rivalizar, el hombre debe cuidarse de no tener puntos endebles. Ni siguiera a los amigos, se les puede mostrar algún grado de vulnerabilidad.
Desvirtuando el discurso androcéntrico, la lucha no es contra el hombre sino contra la ignorancia.

El deporte, particularmente, juega un papel fundamental en la socialización de la masculinidad entre los jóvenes. Se intuye que un joven con dotes para el deporte estará más preparado para enfrentar las durezas de la vida.

Sobre el tema del estatus económico urge indagar en cómo los patrones culturales obligan a los hombres a responder al arquetipo de buen proveedor del hogar. Para ello se pone a prueba la capacidad de obtener bienes materiales. El éxito se corresponderá entonces con la realización económica, muchas veces marcada por la angustia de obtener dinero. En una sociedad con adversas coyunturas económicas se hace muy visible la competencia por obtener los empleos más remunerados.

El arte es otra de las actividades donde es común ver a los jóvenes incursionar en la búsqueda de prestigio social. Si bien es cierto, que manifestaciones como el ballet clásico tienen menos aceptación por aquella suspicacia de una posible conversión a la homosexualidad, otras actividades como la música despiertan en los varones, desde temprana edad, la curiosidad y el interés por prepararse y alcanzar un lugar de privilegio.
Los medios de comunicación siguen jugando un papel protagónico en la transmisión de valores relacionados con las masculinidades hegemónicas.

Cuando uno lee una noticia, oye la radio o ve un programa televisivo advierte preceptos machistas. Es evidente que la cultura profesional de los comunicadores enraíza prácticas e imaginarios que tienden a perpetuar los modelos de masculinidad vigentes. El fenómeno no es una singularidad mediática. De las más variadas maneras los grandes y pequeños emporios de la comunicación mundial masifican la idea de que la igualdad entre hombres y mujeres puede llegar con tácticas simplistas, como crear revistas destinadas a los hombres; donde la imagen y el cuerpo son lo más importante.

Los más jóvenes establecen sus propias angustias masculinas con la mira en el <<cómo será>> el futuro. Temen al alcoholismo, la violencia física y la drogadicción. Rechazan la desvinculación laboral, pero sus expectativas se orientan a opciones donde puedan tener acceso a ingresos.

Las masculinidades de los jóvenes se enfocan según la función social del individuo y de lo que esta le exige como comportamiento socialmente aceptado.

Un hombre será muy bien visto si cumple su rol de buen padre proveedor, cuadro político abnegado, joven o adulto exitoso en los estudios, mujeriego, músico, deportista o artista.
Sigue siendo representada la masculinidad hegemónica por los hombres blancos, citadinos y heterosexuales.

Uno de los temas más controversiales que se debaten en el seno de los estudios de masculinidades es la relación del hombre y su sexualidad. Nosotros tenemos toda una mítica relacionada con la sexualidad y el supuesto extraordinario comportamiento de los hombres fomentado con imaginarios que le dan atributos de excepcionalidad a sus penes.
La relación entre el hombre y su pene va más allá de cuestiones sexuales o biológicas. La cultura de la masculinidad latina le rinde un desmedido culto al órgano sexual, el cual es nombrado de disímiles formas, pero en casi todos los casos tiene que ver con objetos potentes y seguros.
El hombre desde niño, es socializado para demostrar su hombría y poder sexual, a partir de sus dimensiones penianas.
La falta de relación de los penes con la estética actual de la cultura, no permite la integración del cuerpo masculino a las artes sin dejar a un lado la morbosidad o la pornografía sadomasoquista.

Los hombres deben ejercer un análisis reflexivo y crítico sobre sus estilos de vida, y la manera en que la violencia se hace presente.

En conjunto se ha de trabajar en la modificación de todas las leyes que legitiman –de manera consciente o no- el ejercicio de cualquier forma de violencia por parte de los hombres.
Asimismo, los hombres continuamente están siendo violentos con otros hombres y consigo mismos, como parte de la socialización de sus masculinidades.
¿Es la violencia una característica propia de los modelos de masculinidad?

Sí, la violencia es el recurso de que se sirve el hombre para ejercer el patriarcado, teniendo a los modelos hegemónicos de masculinidad como actores para desarrollarla. A través de ella, los hombres legitiman su posición dominante en las relaciones de poder respecto a las mujeres, y a otros hombres que no cumplen las exigencias del modelo de masculinidad hegemónico propio de su contexto sociocultural.

Masculinidad y Salud.

Dentro de las conductas impuestas a los hombres como parte de la construcción social de su masculinidad, se ha extendido la creencia de que la salud es un asunto exclusivo de las mujeres, quienes son las llamadas a ocuparse ante la aparición de cualquier malestar, por inofensivo que parezca. Regularmente, los hombres heterosexuales delegan en sus parejas la responsabilidad del cuidado de su salud sexual y reproductiva.

En ese sentido, se hace necesario crear espacios de reflexión donde los hombres <<deconstruyan>> los viejos mitos que permean a la relación que se establece entre masculinidad y salud sexual-reproductiva. Lograr cambios positivos se convierte en un verdadero reto, que implica la conjunción de múltiples factores y el desarrollo de acciones que se complementen unas a otras.

Entre las estrategias a seguir, se hace imprescindible que los hombres comiencen a interesarse por la aprehensión de conocimientos e informaciones relacionadas con la salud sexual y reproductiva, no solo de su sexo, sino además de las mujeres. Ellos, por lo general, adolecen de estos conocimientos, y aunque se sientan interesados por adquirirlos, no encuentran los espacios propicios para ello. De ahí que la creación de foros libres, que no se muestren como una <<amenaza>> para los hombres, y donde ellos puedan socializar libremente sus dudas, saberes y experiencias en torno al tema, es una opción viable.
Dentro de las exigencias que impone a los hombres el modelo tradicional de masculinidad impuesto en nuestras sociedades, el perseguir el ideal del varón-héroe, particularmente durante la adolescencia y la juventud, los expone constantemente a realizar acciones que encierran conductas de alto riesgo para su salud. En muchas ocasiones, el descuido y el abuso excesivo de sus capacidades corporales durante el ejercicio de estas acciones, se convierte en un factor que llega a atentar contra sus propias vidas. Asimismo, es común ver cómo los hombres, ante situaciones de enfermedad, aguantan dolores, se muestran incapaces de pedir ayuda, e incluso buscan soluciones alrededor de las drogas y el alcohol.
La situación de la salud de los hombres a nivel mundial es alarmante. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), han concluido, tras realizar sistemáticamente investigaciones y trabajos de campo sobre el tema, que la masculinidad y sus formas culturales de expresión inciden en la aparición de conductas problemáticas para la salud de los hombres como: accidentes por actitudes de alto riesgo en espacios públicos, infecciones por VIH/SIDA, adicciones a drogas y el ejercicio de la paternidad desde edades muy tempranas.
De acuerdo al modelo tradicional de masculinidad, se supone que el hombre es fuerte; por lo tanto, a menudo se encierra en un halo de inmunidad que lo conduce a no tomar precauciones o protegerse en aras de cuidar su salud sexual.
Entre ellos resultan de vital importancia los relacionados con las disfunciones eréctiles, el cáncer de próstata y la andropausia. En el caso de esta última, resulta ser uno de los temas más silenciados en nuestras culturas patriarcales, a partir del conjunto de pérdidas que significa para los hombres, el arribar a esta etapa.

El Hombre y la Diversidad Masculinidad

El nuevo y diverso hombre ya no oculta sus sentimientos, ni se pierde en su interior. Encuentra en sí mismo el concepto de masculinidad uniendo  ternura y seguridad como guía de comportamiento.

La identidad masculina se ha configurado culturalmente siempre en términos de competitividad y poder; rasgos como el miedo, las lágrimas, el dolor o cualquier manifestación extrema de sentimientos no tenían cabida en el estereotipo de hombre. El rechazo de estas emociones implica la negación de uno mismo y la incapacidad para crecer como persona.  

No somos iguales

El desarrollo de la identidad se forja mediante la interacción de la persona con su entorno social y cultural. Es indudable que existen diferencias físicas y psicológicas entre hombres y mujeres, si bien es cierto que sus identidades se manifiestan como tales a través de la relación con otras personas, costumbres, normas o estereotipos vigentes de las sociedades en las que viven.

A lo largo del proceso de socialización, el niño interioriza las normas y valores propios de una sociedad básicamente patriarcal. A través de su aprendizaje en la familia, escuela, grupo de amigos y medios de comunicación, alcanza el significado del comportamiento “masculino”. El niño descubre que un hombre de “verdad” es el que se comporta siguiendo una serie de patrones y los diferencia de aquellos que no debe presentar por ser propios del mundo femenino. Estos rasgos han sido durante tiempo inmemorial: El hombre, por tanto, se encuentra atrapado en un laberinto de roles, exigencias y mandatos que paralizan su capacidad de sentir y de exteriorizar sus emociones. Ante esto, o bien puede seguir bajo el peso de la norma social, con la consiguiente pérdida de sí mismo, o aventurarse en un proceso de aceptación y comprensión personal. No se trata de asumir lo denominado “femenino”, la masculinidad no se completa únicamente con esos rasgos, ni se trata de alcanzar un prototipo de hombre afeminado.  

La verdadera feminidad

Para tenerlo más claro sólo hay que observar el cambio social en los estereotipos  protagonizado por la mujer. A lo largo de los años 50, 60 y 70, la mujer se alza frente a la represión masculina vivida a lo largo de la historia, interioriza los valores masculinos como propios y busca en ellos una reafirmación errónea de sí misma. Es en los 90 cuando adquiere conciencia de que la verdadera feminidad no radica en asumir roles puramente masculinos, sino en saber expresar y entender como mujer atributos socialmente encasillados en el mundo masculino. Es un conocimiento profundo que supone un giro radical en su situación y en todos los aspectos de su vida, educación, trabajo, familia o relaciones personales con su entorno. Igual debe ocurrir en el caso de  los hombres.

Las tres décadas de transformación de lo femenino son imprescindibles en la modificación de las relaciones humanas de nuestra sociedad, pero es insuficiente sin el cambio de lo masculino.  

  Identidad masculina

Así, frente a este modelo tradicional, cada vez cobra más fuerza el concepto de una nueva y diversas masculinidades, basada en la superación de las barreras, los estereotipos y las normas sociales. Consiste en alcanzar una identidad masculina que permita al individuo ser persona en el más amplio sentido de la palabra. Este nuevo modelo se basaría en:

·                     Aceptar la propia vulnerabilidad masculina.
·                     Aprender a expresar emociones y sentimientos.
·                     Aprender a pedir ayuda y apoyo.
·                     Aprender métodos no violentos para resolver los conflictos.
·                     Aprender y aceptar actitudes y comportamientos tradicionalmente considerados femeninos, necesarios para un desarrollo humano completo.
 
Es, en resumen, una masculinidad que permita el desarrollo personal y profesional, la exteriorización de las emociones y la participación en una relación profunda con los demás.


COMO SE CONSTRUYE UN HOMBRE
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La masculinidad como armadura
Las formas en que los hombres hemos construido nuestro poder social e individual son, paradójicamente, fuente de un enorme temor, aislamiento y dolor para nosotros mismos. Si el poder se construye como la capacidad para dominar y controlar, si la capacidad de actuar de maneras "poderosas" requiere de la construcción de una armadura personal y de una distancia temerosa de los otros, si el propio mundo del poder y privilegio nos aparta del mundo de la crianza y la educación infantil, estamos creando hombres cuya experiencia de poder está plagada de problemas paralizantes.
Esto se debe a que las expectativas interiorizadas de la masculinidad son imposibles de obtener o satisfacer. Esto puede ser un problema inherente al patriarcado, pero parece particularmente cierto en tiempos y culturas donde las rígidas fronteras de género han sido desechadas. Ya sea por logros físicos o financieros, o por la supresión de una gama de necesidades y emociones humanas, los imperativos de la masculinidad, parecen requerir de un trabajo y una vigilancia constantes, especialmente para los jóvenes.

Las inseguridades personales conferidas por la incapacidad de pasar la prueba de hombría, o simplemente por la amenaza del fracaso, son suficientes para llevar a muchos hombres, a un torbellino de miedo, aislamiento, ira, autocastigo, autorrepudio y agresión.
En dicho estado emocional, la violencia se convierte en un mecanismo compensatorio. Es la manera de restablecer el equilibrio masculino, de afirmarse a sí mismo y a los demás las propias credenciales masculinas. Esta expresión de violencia suele incluir la selección de un objetivo físicamente más débil o vulnerable, como un niño o una niña, una mujer o bien grupos sociales, como los homosexuales o los inmigrantes, quienes son blanco fácil de la inseguridad y la ira de ciertos varones, especialmente porque esos grupos a menudo no cuentan con protección legal adecuada. (Este mecanismo compensatorio está indicado claramente, por ejemplo, en la mayoría de los ataques a homosexuales, cometidos por grupos de jóvenes, en el periodo de sus vidas en que experimentan mayor inseguridad respecto a su grado de hombría.)
Lo que permite a la violencia funcionar como mecanismo compensatorio individual ha sido su amplia aceptación como medio para solucionar diferencias y afirmar el poder y el control. Lo que hace esto posible es el poder y los privilegios que los hombres han gozado codificados en creencias, prácticas, estructuras sociales y en la ley.
La violencia de los hombres en sus múltiples variantes es entonces resultado de su poder, de la percepción de su derecho a los privilegios, del permiso para ejercerla y del temor (o certeza) de carecer de poder.
La armadura psíquica de la masculinidad
La violencia de los hombres también es el resultado de una estructura de carácter basada típicamente en la distancia emocional respecto de los otros. Las estructuras psíquicas de la masculinidad son creadas en ambientes tempranos de crianza, a menudo tipificados por la ausencia del padre y de varones adultos, o al menos, por la distancia emocional de los hombres.

En este caso la masculinidad se codifica por ausencia y se construye a nivel de la fantasía. Pero incluso en culturas patriarcales donde los padres están más presentes, la masculinidad se codifica como un rechazo a la madre y a la feminidad, o sea un rechazo a las cualidades asociadas con la crianza y el apoyo emocional. Como han hecho notar varias psicoanalistas feministas, esto crea rígidas barreras al ego o, metafóricamente, una armadura.

El resultado de este complejo y particular proceso de desarrollo psicológico, es una habilidad disminuida para la empatía (experimentar lo que otros sienten) y una incapacidad para experimentar las necesidades y sentimientos de los demás como relacionados necesariamente con los propios. Así se posibilitan los actos de violencia contra los otros.
¿ Qué tan seguido escuchamos a un hombre decir que "en realidad no lastimó" a la mujer a quien golpeó? Efectivamente, se está justificando, pero parte del problema es que en verdad no está experimentando el dolor que causa. ¿Cuántas veces escuchamos a un hombre afirmar que "ella quería tener relaciones sexuales"? También puede ser una excusa, pero a la vez un reflejo de la capacidad disminuida para leer o entender los sentimientos de los demás.
La masculinidad como olla psíquica de presión
Muchas de nuestras formas dominantes de masculinidad dependen de la interiorización de una gama de emociones y su transformación en ira. No sólo se enmudece el lenguaje emocional, también nuestras antenas emocionales y capacidad de empatía se bloquean. Una gama de emociones naturales se declaran inválidas y fuera de nuestros límites. Y aunque esto tiene una especificidad cultural, es típico que los niños aprendan desde pequeños a reprimir el dolor y el miedo. Por medio de los deportes enseñamos a los muchachos a ignorar el dolor. En casa les decimos que no lloren y que actúen como hombres. Algunas culturas celebran una masculinidad estoica. (Hay que enfatizar que los niños aprenden esto para sobrevivir, de ahí la importancia de no culpar al niño o al hombre individual, aún cuando los hagamos responsables de sus actos.)
Por supuesto, seguimos, como humanos, experimentando eventos que provocan una respuesta emocional, pero los mecanismos más comunes de ésta, desde la vivencia real de la emoción hasta la expresión de los sentimientos, sufren diversos grados de ruptura en muchos hombres. Para ellos la única emoción válida es la ira. De ese modo, una gama de emociones se canaliza hacia la ira. Aunque esto no es exclusivo de los hombres (ni válido para todos), para algunos no es raro responder violentamente ante el temor, el sufrimiento, la inseguridad, el dolor, el rechazo o el menosprecio.
Esto sucede particularmente cuando se siente la ausencia de poder. Este sentimiento sólo exacerba las inseguridades masculinas: si la masculinidad es cuestión de poder y control, no ser poderoso significa no ser hombre. Así, la violencia se vuelve el medio para probar lo contrario ante uno mismo y los demás.
La violencia aprendida
Para algunos hombres todo esto se combina con experiencias más patentes. Demasiados hombres han crecido en hogares donde la madre era golpeada por el padre. Crecieron presenciando conductas violentas hacia las mujeres como la norma, como la manera de vivir la vida. Para algunos esto produce aversión a la violencia, mientras que en otros se convierte en una respuesta aprendida. En muchos casos suceden ambos fenómenos: hombres que utilizan la violencia contra sus mujeres a menudo experimentan un profundo repudio de sí mismos y de sus conductas.
Sin embargo la frase "respuesta aprendida" puede resultar demasiado simple. Algunos estudios han mostrado que quienes crecen presenciando violencia tienen mayores probabilidades de actuar violentamente. La violencia puede ser una forma de llamar la atención, un mecanismo para sobrellevar la situación, una forma de exteriorizar sentimientos imposibles de manejar. Estos patrones de conducta continúan más allá de la niñez: muchos de los individuos que acaban en programas de atención a hombres que utilizan la violencia, fueron testigos de abuso contra su madre o lo sufrieron en carne propia.
Las experiencias pasadas de muchos hombres, también incluyen la violencia que ellos mismos han padecido. En numerosas culturas, aunque los niños tengan la mitad de las probabilidades de las niñas de ser objeto de abuso sexual, para ellos se duplica la probabilidad de ser objeto de maltrato físico. Esto no produce un resultado único, y dichos resultados no son exclusivos de los niños, pero a veces estas experiencias personales inculcan profundos patrones de confusión y frustración, donde los niños han aprendido que se puede lastimar a una persona amada y donde sólo las explosiones de ira pueden eliminar dolores profundamente arraigados.
Está por último el ámbito de la violencia trivial entre niños, que no parece en absoluto insignificante. En muchas culturas los niños crecen entre peleas, hostigamiento y brutalización. La mera sobrevivencia requiere, para algunos, aceptar e interiorizar la violencia como norma de conducta. (Michael Kaufman, tomado de Letra S número 45, abril de 2000)
CAMBIO DE LAS MASCULINIDADES DESDE LA EDUCACIÓN
Llevo 9 años trabajando e investigando sobre las masculinidades y su posible cambio hacia espacios de paz y equidad. En los últimos seis años hemos investigado e intervenido a través del «Programa Ulises para la prevención de las violencias masculinas» desarrollado en centros educativos de primaria y secundaria, directamente con el alumnado pero también con todos los agentes socializadores de su entorno (madres, algún padre, profesorado, personal sanitario, funcionariado social, etc.).
Analizando la percepción de las masculinidades y la situación en la escuela observamos que nos encontramos en un difícil momento para los cambios hacia la igualdad entre mujeres y hombres. Apenas estamos recogiendo los frutos de largos años de feminismo y ya se escuchan voces de victoria y complacencia frente a una realidad donde las mujeres supuestamente ya pueden “hacer lo mismo que los hombres” o incluso “más que ellos”.
Sin embargo las futuras generaciones, bañadas en esta ingenua complacencia, han creado una parálisis crónica en el cambio. Es como si lo importante fuera obtener respaldo en el mundo social y laboral aunque ello suponga abrazar las ideologías más tradicionales y patriarcales, aun a costa de maximizar el comportamiento masculino y los valores de los hombres y ahora también de las mujeres. Lo que desde luego no ha cambiado es la ecuación donde lo masculino sumado a cualquier variable es igual a poder.
    • promover la salud y el bienestar integral de los hombres
    • favorecer el aprendizaje y la adquisición de conocimientos de los hombres a través de la formación y el intercambio de experiencias
    • ofrecer oportunidades, espacios y tiempos para el crecimiento personal de los hombres
    • incentivar la participación social de los hombres
    • apoyar y demandar iniciativas que favorezcan la igualdad entre mujeres y hombres
 Identidad masculina
El hombre actual debe replantearse su identidad frente a la vida moderna. Adaptarse a los cambios de su entorno.
La revolución industrial ha movido al hombre fuera de su hogar, hay que ir a buscar el trabajo en donde se encuentre, el abandono de la familia es un hecho, nosotros no somos culpables de esta situación, nuestra familia tampoco.
El movimiento feminista ha generado una ola que nos ha desequilibrado. Oponer resistencia nos agota, dejarnos llevar nos aleja. Debemos aprender a movernos en esta nueva dinámica aprovechando nuestras fuerzas y las de nuestra pareja en beneficio de ambos. Tenemos la opción de ver hacia adelante con optimismo o dejarnos morir junto con los que no se atreven a navegar hacia el cambio.
La falta del padre. Aún para los que tenemos un padre y para nuestro propio padre, existe un hueco en la identidad masculina. Los padres se desligan de los hijos para trabajar. La comunicación entre ellos y nosotros está trabada de alguna forma. Sus sentimientos son tabús, los nuestros se estropean. Los sustitutos para llenar ese hueco son los héroes, todos queremos un padre superhéroe. Nuestra identidad se forja sobre el superhombre, un mito, un engaño.
La sobreprotección de la madre. Todo contacto físico viene de nuestra madre, conocemos nuestro cuerpo a través de ellas, de sus manos, de sus caricias. Aprendemos a vivir fuera de nuestro cuerpo, el contacto de nuestra piel por un hombre, incluyendonos nosotros mismos está prohibido en nuestro inconciente; en caso contrario lo juzgamos homosexual.
Estas debilidades son parte de nosotros, la única manera de cambiar es aceptarlas y entenderlas. No se trata de culpar a nuestros padres, que en la mayoría de los casos nos aman. En un problema genealógico, nuestros abuelos transmitieron estas características a nuestros padres, ellos a nosotros y nosotros a nuestros hijos.
El miedo a la intimidad es otro factor de nuestra identidad que nos presenta desarmados ante las relaciones de pareja. Cuando un hombre no ha tenido la oportunidad de separase de su madre, quien llena el hueco del padre, forma una ambivalencia que se traduce en el miedo a la intimidad, con uno mismo y con las mujeres. Al no tener la oportunidad de desarrollar una intimidad con uno mismo no es posible la intimidad con otra persona. Somos dependientes del miedo a la intimidad pero lo exteriorizamos como miedo al abandono de la pareja.
La agresividad es una característica masculina que ha sido reprimida. La falta del padre evita el contacto con esta sensación, el contacto con la madre reprime esta violencia porque ella la juzga mala, para comportarnos según las espectativas de nuestra madre debemos ser buenos (pasivos). Esta violencia reprimida se transforma en hostilidad hacia la mujer, lo que evitará la intimidad.
La religión limita también tanto la violencia como la sexualidad, dejando al hombre falto de dos cosas escenciales de su identidad. Por otro lado, la religión en lugar de reunir el espiritu con el cuerpo, los separa; asi como separa al padre del hijo.
Entiendase violencia como el sentimiento de hombre que nos mueve a conseguir lo que queremos rompiendo las barreras que nos limitan. La libertad que tanto deseamos en nuestros sueños de aventuras, de superhéroes. La violencia es una forma de poder que nos hace encontrar nuestra identidad masculina. No podemos negar ese elemento tan nuestro que ha sido reprimido.
La aceptación de nuestras características masculinas nos permite aceptarnos tal como somos e iniciar así una metamorfósis hacia nuestra identidad, dejando de pretender ser algo que no somos y que nos lleva a ser actores en un teatro en donde no tenemos un papel que jugar.




Letra S Salud Sexualidad Sida




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Antes de entrar de lleno en el propósito que nos ha convocado a este espacio, es decir, empezar a sanar las profundas heridas presentes en el masculino y el femenino de cada uno de nosotros, se hace necesario un mapa que describa muy superficialmente, ya que no se puede hacer de otra manera, las múltiples corrientes y teorías que circulan actualmente dentro de las nuevas masculinidades, y especificar porque de entre todas, la corriente arquetípica o mítico-poética, junto con algunas claves básicas de la teoría funcional, y la de man´s studies, como el contexto y la adaptabilidad que influyen en el proceso de individuación, y por ende, de identificación, me parece la más correcta de todas. No tanto para entender la complejidad de las relaciones-cosa para la que son indiscutiblemente más útiles estas anteriores- que se dan entre lo masculino y lo femenino, sino como instrumento de sanación.

Ademas, es posible, si sintetizamos la información y la contextualizamos en un marco adecuado, integrar todas estas teorías en una teoría meta-integral que tome lo mejor de cada una.

A este fin escribo este post, que necesariamente se extenderá un poco más de lo normal.
Y que tendré que dividir en partes más o menos estructuradas.

Pero antes de describir las diferentes corrientes que definen o intentan definir lo que es un hombre, quiero hacer un apunte sobre los tipos psicológicos de Jung.
Jung divide la ser humano en dos tipos psicológicos básicos (introvertidos y extravertidos), que a us vez tiene cuatro funciones: dos que son puramente perceptivas, la sensación y la intuición, y dos que son interpretativas de estas funciones perceptiva, que son el pensamiento y el sentimiento.

Cada individuo, todo según Jung, tiene una función superior hacia la que se siente naturalmente inclinado, y otra que se le opone, que denomina la función inferior, que es la última en aparecer en el proceso de desarrollo, y que es la que le conecta con el inconsciente colectivo. Además de estas existen dos funciones secundarias sobre las que se apoya el individuo en su proceso de individuación, y que desarrolla en uno o diverso grado. El comentarista más sencillo y abordable de Jung, R. Robertson, establece un sistema de ejes, uno vertical con la función superior arriba y la función inferior abajo, y otro horizontal donde quedan las dos auxiliares. Así, por ejemplo, un tipo como yo, introvertido, que tiene, o eso me dicen, como función superior el pensamiento, tendría como función inferior el sentimiento extravertido.

Aunque no estoy de acuerdo en el modelo junguiano de los tipos, y me parece muy perfeccionadle, reconozco que es muy útil para discernir porque algunos hombres se sienten naturalmente inclinados a interpretar la información del mundo a través el pensamiento filosófico, y otros a explicarlo, y otros a percibirlo y experimentarlo directamente. Las combinaciones las dejo para cada uno, ya que tampoco son tantas, dos tipos por cuatro funciones, dan 8 tipos psicológicos, cada uno con su función superior, su función inferior, y sus dos auxiliares. Un juego divertido.

Me he referido a este particular, porque para el tema que nos ocupa, es útil saber que cada persona tiene una inercia natural a descodificar la información a través de sus propias tendencias y filtros particulares. O sea sé, que ve el mundo a través de sus propias gafas. Yo mismo lo estoy haciendo en estos momentos a través de mis funciones. Y no es por casualidad que necesite encontrar una síntesis integradora para todo, a pesar de tener mis preferencias.
Del mismo modo las teorías sobre las masculinidades y femineidades están influidas notoriamente por los tipos psicológicos que las proponen.

Soltado el rollo, vamos al tajo.

De cada teoría haré un pequeño comentario, intentando obtener lo que desde una visión integral mas nos interese.

1. Sociobiologismo

Una de las principales corrientes de las cuales se han derivado explicaciones sobre la condición masculina, es la de orientación socio-biologista.

Para los también llamados diferencialitas o los que sostienen la existencia de un eterno masculino, el comportamiento humano "se explica básicamente en términos de herencia genética y de funcionamiento de las neuronas".

Herederos de las tesis de Darwin, creen que la conducta humana resulta de la evolución y de la necesidad de adaptarse". Estas teorías sociobiológicas sostienen que "los sexos no están hechos para entenderse sino para reproducirse". De gran asidero en el sentido común patriarcal, esta corriente consideraría que la condición de los hombres es innata y viene dada por los espermatozoides –así como la de las mujeres por los ovarios. Los hombres estarían en "competencia inevitable por la posesión del potencial reproductivo limitado de las hembras", extrapolando modelos de comportamiento basados en la naturaleza. Sería la capacidad dada por la fuerza y la agresividad lo que cuenta en esa competencia y sólo los que poseen tales atributos logran imponerse.

Comment: Personalmente no creo mucho en el enfoque justificativo de esta teoría, porque quieren convertir un rasgo heredado, en una esencia inmutable, lo cual no quiere decir que el falo, la vagina, las caderas (ay, las caderas!) y los ovarios no tengan peso. Lo tienen y mucho, y en este sentido se conecta con otras corrientes como los esencialistas, y los funcionalistas. Si analizamos el tema sin prejuicios con un poco de profundidad, es inevitable aceptar el valor de la función social y del impulso o huella genética en el desarrollo de la masculinidad tanto como de la femineidad, aunque ambas cosas deberían estar diferenciadas cuando aquí se presentan como lo mismo, por cuestiones de espacio. De hecho, se puede decir que ambas entrarían dentro o serian subtipos de la teoría funcional, si contemplamos tanto la herencia genética como la función social como estrategias naturales y culturales adaptativas, respectivamente. Y el elemento funcional de la masculinidad y la femineidad es sin duda uno de los que más relevancia tienen de cara a comprender las complejas relaciones que se establecen entre hombres y mujeres, en todas las épocas. De hecho, podríamos decir, y lo comentaremos mas tarde, que la teoría funcional es una expresión misma de la evolución de los mismos arquetipos, y eso abre un canal de comunicación entre la corriente mito-poética o arquetípica, y la funcional, biológica y social. Algo muy importante.

Sin embargo, la fundamentación que se presenta aquí, pretende reducir la relación hombre mujer a una relación congelada, esencial e inmovilista, cuando no es así en absoluto. Ni funcionalmente, ni socialmente, ni tampoco biológicamente hablando, aunque este último elemento, es el más cercano a la ley de la necesidad, del instinto, y por tanto, el que más se resiste, aunque no configure un sistema cerrado (mírense las mutaciones, por ejemplo) al cambio. Presentada así, la teoría socio-biológica pierde su utilidad, y se queda en un ostracismo sin fundamento, donde el macho y la hembra patriarcales puede para patearse de por vida, precisamente por su misma resistencia al cambio.

Cambio que es ley de vida para evolucionar, y que llega a su máxima inmovilidad en la teoría esencialista:

2-Los esencialistas. Monik y el falus.

“Para otros esencialistas, el sustrato básico de la identidad masculina no deriva tanto de la genética o los espermatozoides como del falo. Esa es la posición que defiende Eugene Monick, para quien “los hombres son falo –identificado con erección y nunca con un pene flácido-. (...)El falo es concebido como fuerza originadora y (...) como elemento primordial de la psique”, entendida ésta al modo jungiano.

Carl Jung había concebido la psique “en el sentido original griego de alma, esa parte de la experiencia humana que llega a uno desde adentro”, que interactúa con el “mundo exterior, pero en ningún caso como un epifenómeno de éste”La masculinidad sería, entonces, un mundo interior esencial y no un producto externo o social. Un mundo sin historia, que es común a todos los hombres pero que les trasciende. En este mundo transpersonal es donde se encuentra la fuente de la cual emana la identidad masculina.

Para Monick, aunque este mundo no le era completamente desconocido antes de contemplar el falo paterno, tuvo que producirse este episodio para tener la revelación de qué significaba la masculinidad "Era un mundo que de alguna manera yo sabía que existía, pero hasta esa revelación no tenía ninguna imagen tangible que encarnara mi incipiente sentido interior (...) l y yo estábamos unidos dentro de una identidad masculina que tenía sus raíces más allá de ambos”.

Monick ha atribuido al falo una “naturaleza sagrada” pues para un varón “el falo porta la imagen divina interior de lo masculino”. De aquí que, según este autor, se pueda explicar que la disminución de nuestra masculinidad se iguale a la pérdida del órgano sexual masculino, mientras que el logro de la virilidad se iguale a su uso activo.

Convertido en un “símbolo religioso y psicológico”, el falo “decide por su propia cuenta –independientemente de las decisiones del ego de su dueño- cuándo y con quién entrar en acción”.

Presentado como un “arquetipo en su esencia”, los “hombres no pueden –por más que deseen lo contrario- hacer que el falo obedezca al ego. El falo tiene su propia mente”.

Así, este ente divinizado y autónomo, “gobernado por su propia ley o naturaleza interior” coloca el tema del origen de la identidad masculina afuera de cualquier explicación de origen cultural y lo ubica en este mundo-interior-transpersonal.

Comment: Esta es la típica versión extraída de una cadena de deducciones erróneas.
Y la mezcolanza que conlleva es peligrosa. La mas peligrosa de todas, que es base de todos los fundamentalismos que existen.

Por ejemplo, y para empezar, los arquetipos de Jung nada tienen que ver con esencias, sino con huellas, que precisamente tienen lugar en el trascurrir del tiempo-espacio. Jung los llamó asi por eso, porque en griego la palabra archetypus significa grabación, o primera grabación.

El peligro de los arquetipos, y esto es precisamente lo que les ocurre a los esencialistas y a las personalidades mana (otro término que acuño Jung para describir una personalidad cuya identidad o noción de identidad ha sido poseído por un arquetipo), es que tienen la suficiente fuerza acumulada para confundirlo con esencias (otra herencia errónea de la tendencia a las abstracciones de la filosofía occidental clásica). En cierto modo actúan como creencias o paquetes de información que han llevado la misma forma durante siglos y siglos, y que se han vuelto incuestionables. Pero no por ello siguen dejando de ser lo que son, huellas y dinamismo, tendencias energéticas que se transmiten tanto culturalmente como social y biológicamente (ya que ambos son aspectos de la psique humana, que incluye el cuerpo, y su biología, y las estructuras de relaciones que ambas forma, tan influenciable por lo que llamamos el aspecto mental de la psique).

Ignoro si es Monik, o el comentador/a de este texto en cuestión, o los dos, los que cometen el error de confundir lo arquetípico con la esencia.

Tampoco es cierto que los arquetipos pertenexcan a un mundo transpersonal (aquí Wilber hablaría de la diferencia entre los arquetipos pre personales y Transpersonal, pero para que rizar el rizo...) sino mas bien, colectivo, sea pre o transpersonal, y además, inconsciente. Son las huellas cárnicas de ese mundo, de esa herencia colectiva que todos llevamos grabadas en nuestras células, cuerpo, mente y alma (el conjunto de la psique) y cuya información imprimimos en el falo del padre, o en la teta de la madre. Es la información de siglos y siglos reproduciéndose una vez más en múltiples niveles, y lo hace arquetípicamente, es decir, grabándose y proyectándose, y esto lo descubrió un tipo llamado Konrad Lorenz cuando una cría de oca le adopto como madre, en lo primero que tenemos a mano. Es por este motivo que un mismo arquetipo como el de padre, o madre, o mujer, u hombre, tiene connotaciones tan diferentes en culturas diferentes, aunque por supuesto conserve características similares.

Por último, decir que si los arquetipos tuvieran remotamente algo que ver con lo esencial, no podrían evolucionar, pero es un hecho que los arquetipos de madre, padre, y todos los dioses que los representan desde el gran caos, Urano, gea, Saturno y rea, Zeus y Hera, etc...Han evolucionado, en, con y gracias a la psique humana. Sobre la evolución de los arquetipos y la falacia de dividirlos en pre o transpersonal se podría escribir un libro entero.

En fin, y lo del falo siempre erguido, para que comentarlo....

Una cosa más es necesaria señalar. Esta es también la visión esencialista que la mente occidental ha tomado del tanta tradicional hindú. Y eso es peligroso, porque la mentalidad india, cuya cultura es tan reacia a los cambios, está llena de asunciones permanentitas e inmutables, que a su vez, se atribuyen a los dioses esencias permanentes e inmutables. Esa es la razón de que haya tantos dioses en el panteón hindú, más que ningún otro que se conozca, porque necesita de muchos aspectos para compensar esta aparente inmutabilidad, que se expresa a si misma en distintos aspectos o avatares que si están sujetos a las leyes de maya.

Pero la mentalidad india no puede evitar asociar este cambio a un ciclo eterno e inmutable que además se asocia al sufrimiento.

 Solo lo inmutable es real, lo demás es ilusorio, esta es la base de su enconada resistencia a todo tipo de cambios y porque ha asimilado de esa manera tan peculiar, conservando su idiosincrasia, tantas culturas, religiones e ideas que han cohabitado con ellos a lo largo de la historia.

 El panteón indio es con mucho el que menos ha evolucionado a lo largo de los siglos, y esto es porque se ha confundido y se sigue confundiendo a los arquetipos dinámicos con realidades divinas y esenciales (que tampoco lo son, por cierto), y porque su cultura está basada en un esquema mental aun primitivo, a nivel popular, profundamente mítico, incluso mágico.

En el caso del tanta hindú, creo que confundir los roles del animus y el anima, que corresponderían, aunque en este caso son intercambiables, a shiva y a shakti, a una esencia masculina y femenina inmutables, es también una actitud típicamente mítica, e incluso mágica. A un nivel profundo, el tantra muestra su valor dinámico y arquetípico, casi mejor que cualquier otra doctrina, pero este dinamismo tan esotérico se pervierte en errores conceptuales cuando arriba a nuestras orillas occidentales, tan ávidas de esencias y verdades inmutables.

 Este permanentismo es comprensible, e incluso inofensivo-si obviamos las desastrosas consecuencias sociales y personales del sistema de castas- para la mentalidad y cultura india tradicional, pero hace estragos en nuestra cultura occidental cuando se oyen voces de nuevos maestros neo-tántricos del corte de David Deida, John Gray, and C.O, que sitúan la esencia de la masculinidad y o de la femineidad en el falo o en la vagina, en Marte o en Venus, en la agresividad o en la ternura, respectivamente.

Estoy de acuerdo con el tantra en que hay una inteligencia natural en estos dos órganos, cuando uno se relaja, respira, y deja que la polaridad o bioenergética natural se mueva por si misma, pero una cosa es esto, y otra, confundir arquetipos y dioses con esencias, y ponerlos todos en un mismo bote.

Esencia es esencia, y si hablamos de esencia, solo puede haber una, si hablamos de dos ya estamos hablando de aspectos de la esencia. Este es motivo suficiente para hablar de una esencia masculina y otra femenina, porque el término en si es contradictorio.

Shiva es Shiva, un arquetipo, Shakti es Shakti, otro arquetipo, quizás dos de los mas básicos, ya que corresponden al número dos, que representa la danza cósmica de la dualidad, tal como lo representa de un modo más dinámico aun el ying y el yang, que no son esencias, sino una representación de la dinámica dual y complementaria de la realidad.

Para que haya movimiento tiene que haber dos, porque allí donde existe el dos hay movimiento entre uno y el otro. Es decir, relacionalidad, intercambio, dinamismo, vida. Aunque aun cíclico, y poco evolucionado, porque para que haya cambio debe existir un tercer elemento diferenciador. E incluso un cuarto, pero esto es ir demasiado lejos, cuando apenas, como bien sabia Jung, estamos evolucionando de una mentalidad trinitaria-basada en el tres- a una cuaternaria-basada en el cuatro-.

Lo esencial, que es uno en todo, es algo invisible e inabordable para la razón, e irreductible por el intelecto.

En justicia no habría más esencia que Dios, que El Uno sin segundo de la escolástica, y para que esta esencia lo sea, es preciso que esté en todas partes, así que debe tanto vacía como infinita. Es decir, impensable.

Sea como fuere, la teoría de la esencia masculina y o femenina se hace pedazos por todos lados.

Para no hacer el post demasiado extenso lo diseccionaré por esta parte.
Falta una teoría que me gustaría obviar, pero que da crudo testimonio de hasta que punto puede llegar la estupidez del inmovilismo: la teoría del patriarcado inevitable de Goldberg.
  

Un enfoque integral en los cuerpos reconoce la existencia de masculinidades sobrevivientes a los dispositivos de control,  uniformidad del modelo hegemónico de cuerpos. Esos cuerpos, casi siempre clandestinos, minoritarias o condenadas y excluidos, develan seres diversos que están haciendo posible que el modelo se fracture y entre las fisuras se genere posibilidades de cambio.
 
Con el propósito de sensibilizar y capacitar a los participantes en acciones afirmativas para la Equidad y la Prevención de la Violencia de Género y la transformación de comportamientos y actitudes machistas.

“El proceso buscó desde su inició crear un ambiente de confianza y comunicación adecuado para reflexionar en torno a las identidades masculinas, a partir de los insumos de la experiencia, un proceso intensivo vivencial en el enfoque integral de cuerpo.

Este proyecto es un emprendimiento conjunto del Programa expedicionario del cuerpo

Desde las vivencias y experiencias de cuerpo de quienes concurrimos a él, buscamos desarrollar -en la acción y en la reflexión- una perspectiva de género crítica y situada políticamente.

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