Masculinidades Transcendentes…Estudios Sobre Masculinidades.
- Como se Construye un Hombre
- Identidad masculina
- La
masculinidad como armadura
- La
armadura psíquica de la masculinidad
-
¿Es la violencia una característica propia de
los modelos de masculinidad?
-
¿Qué es la masculinidad?
-
El Hombre
y la Diversidad Masculinidad.
-
Masculinidad y Salud.
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Una
definición general, pudiera llevarnos a considerar el género como: una
construcción histórica y socio-cultural que adjudica roles, identidades,
valores y producciones simbólicas a hombres y mujeres, incorporados por
estos(as) mediante los procesos de socialización.
Las
asignaciones de género también han sido establecidas en el marco de los ámbitos
sociales que esta categoría define para sí: el público -que incorpora al
mercado, el Estado y la sociedad civil-, y el ámbito privado, que se reduce al
marco de la familia.
La
configuración patriarcal de las estructuras en las sociedades a escala mundial,
desde fechas tempranas, ha colocado a los hombres en ese polo hegemónico,
dejando para las mujeres, sus relaciones con otros hombres, el papel de
subordinación en las relaciones de género.
Estas
desigualdades se hacen manifiestas en todas las dimensiones del género. En
términos de identidad personal, son las características y conductas asignadas
culturalmente a los hombres las que se han legitimado todo el tiempo.
El
varón ha de ser fuerte, valiente, guía, proveedor, inteligente, heterosexual,
capaz de suprimir la capacidad de expresar una gama de sentimientos devaluados,
atribuidos solo a lo femenino, a la mujer como sujeto asociado a la debilidad,
la abnegación, el cuidado, la ternura, la subordinación.
Surgen
grupos de hombres que, principalmente desde la academia, se interesaron por las
dinámicas propias que permeaban la vida de los varones y el proceso de
construcción sociocultural de su género.
Diversas perspectivas y objetivos a
cumplimentar entre aquellos que los fomentaban. Entre las principales
perspectivas se encuentran:
La perspectiva conservadora o
<<fundamentalismo machista>>. Sostiene que el rol masculino y sus funciones tienen su
fundamentación, tanto en la naturaleza biológica, diferente para hombres y
mujeres, como en el dictamen religioso de que así sea, entrando claramente en
diametral oposición con aquellas propuestas de cambio que se vienen propugnando
por otras corrientes. Constituye la perspectiva del fundamentalismo masculino,
que defiende los roles tradicionales de ambos sexos. Su lucha se extiende
contra los derechos de los lgbti, los inmigrantes y cualquier otra
<<manifestación>> que ellos consideren <<deformada>>.
La
perspectiva de los derechos masculinos (Men's right). Surgió en
los años ochenta y la integraron tanto varones defensores de derechos
patriarcales como varones partidarios de derechos igualitarios. Alentados por
la idea de que si el feminismo sirvió como plataforma reivindicadora de los
derechos de las mujeres; sostienen una posición de reclamo sobre derechos
<<usurpados>> a los hombres como:
Poder demandar a las mujeres por su violencia invisible.
Romper el monopolio feminista sobre las investigaciones de género.
Lograr la custodia de los(as) hijos(as) en plena igualdad legal
con las mujeres.
Tener derecho a una ley de paternidad plena.
• La perspectiva mitopoética. Encontró sus principales
seguidores en los Estados Unidos, de la mano del poeta Robert Bly, a partir de
la búsqueda del reencuentro de la energía masculina en tiempos de
<<feminización de los hombres>>.
• La perspectiva profeminista. Surgió en los países
anglosajones y escandinavos a principios de los años 70, asociada a los
movimientos por los derechos civiles, constituidos generalmente por varones de
sectores medios, que tomaron una postura positiva ante el cambio en las mujeres
y bebieron del feminismo de la igualdad.
En el ámbito académico tiene su inserción a través de los Men's
Studies (estudios críticos sobre los varones y sus masculinidades), los que
incorporan a sus análisis la categoría género, con lo que amplían las bases de
sus criterios y reflexiones.
Sobre la base de los objetivos que defiende esta última
perspectiva, resulta ineludible que para alcanzar una real equidad en las
relaciones entre hombres y mujeres, se trabaje arduamente con grupos de hombres
dispuestos a promover y desarrollar nuevas relaciones, basados en el respeto,
el diálogo, la comprensión y la equidad entre los géneros.
Existen ya, ejemplos de grupos de
hombres, incluso en nuestro país, que han asumido desde la academia y desde sus
experiencias personales la búsqueda de nuevos modelos de masculinidades, de
nuevas formas de ser hombre; dispuestos a obrar de manera conjunta, sin repetir
fórmulas hegemónicas.
Recordemos,
que en este proceso de búsqueda de nuevas relaciones, los hombres han de estar
conscientes y dispuestos a perder muchos de los privilegios que el actual orden
de género les otorga. Conseguir que además, logren ver los múltiples beneficios
que traerá para sus vidas, el deconstruir esos modelos tradicionales de ser
hombre, es una apuesta que debe realizarse. Para ello, sin duda alguna, su
presencia resulta ineludible.
¿Qué es la masculinidad?
La masculinidad, no es una categoría
esencialista, ni estática, sino una construcción socio-histórica que se
encuentra estrechamente vinculada a otras categorías como la raza, la
nacionalidad, la clase social o la opción sexual. Las características, conductas
a seguir y cánones que la definen, varían en cada contexto espacio-temporal, y
son una meta a alcanzar por los varones; particularmente aquellas que definen a
un modelo de masculinidad hegemónica, que detenta el poder en las relaciones
con las mujeres y con los hombres que no cumplen los requisitos que dicho
modelo establece.
A
tono con lo anterior, es válido resaltar que al hablar de masculinidad, no
podemos obviar la existencia de múltiples tipologías de esta, de ahí que muchos
académicos(as) utilicen el término en plural: masculinidades.
Es
muy raro que un hombre, ante cualquier problema de trabajo, de estrés, o
depresión vaya a llorar al hombro de un amigo, a confesar sus frustraciones.
Regularmente como se nos construye socialmente para rivalizar, el hombre debe
cuidarse de no tener puntos endebles. Ni siguiera a los amigos, se les puede
mostrar algún grado de vulnerabilidad.
Desvirtuando el discurso androcéntrico, la lucha no es contra
el hombre sino contra la ignorancia.
El
deporte, particularmente, juega un papel fundamental en la socialización de la
masculinidad entre los jóvenes. Se intuye que un joven con dotes para el
deporte estará más preparado para enfrentar las durezas de la vida.
Sobre
el tema del estatus económico urge indagar en cómo los patrones culturales
obligan a los hombres a responder al arquetipo de buen proveedor del hogar.
Para ello se pone a prueba la capacidad de obtener bienes materiales. El éxito
se corresponderá entonces con la realización económica, muchas veces marcada
por la angustia de obtener dinero. En una sociedad con adversas coyunturas
económicas se hace muy visible la competencia por obtener los empleos más
remunerados.
El
arte es otra de las actividades donde es común ver a los jóvenes incursionar en
la búsqueda de prestigio social. Si bien es cierto, que manifestaciones como el
ballet clásico tienen menos aceptación por aquella suspicacia de una posible
conversión a la homosexualidad, otras actividades como la música despiertan en
los varones, desde temprana edad, la curiosidad y el interés por prepararse y
alcanzar un lugar de privilegio.
Los
medios de comunicación siguen jugando un papel protagónico en la transmisión de
valores relacionados con las masculinidades hegemónicas.
Cuando
uno lee una noticia, oye la radio o ve un programa televisivo advierte
preceptos machistas. Es evidente que la cultura profesional de los
comunicadores enraíza prácticas e imaginarios que tienden a perpetuar los
modelos de masculinidad vigentes. El fenómeno no es una singularidad mediática.
De las más variadas maneras los grandes y pequeños emporios de la comunicación
mundial masifican la idea de que la igualdad entre hombres y mujeres puede
llegar con tácticas simplistas, como crear revistas destinadas a los hombres;
donde la imagen y el cuerpo son lo más importante.
Los
más jóvenes establecen sus propias angustias masculinas con la mira en el
<<cómo será>> el futuro. Temen al alcoholismo, la violencia física
y la drogadicción. Rechazan la desvinculación laboral, pero sus expectativas se
orientan a opciones donde puedan tener acceso a ingresos.
Las
masculinidades de los jóvenes se enfocan según la función social del individuo
y de lo que esta le exige como comportamiento socialmente aceptado.
Un
hombre será muy bien visto si cumple su rol de buen padre proveedor, cuadro
político abnegado, joven o adulto exitoso en los estudios, mujeriego, músico,
deportista o artista.
Sigue
siendo representada la masculinidad hegemónica por los hombres blancos,
citadinos y heterosexuales.
Uno
de los temas más controversiales que se debaten en el seno de los estudios de
masculinidades es la relación del hombre y su sexualidad. Nosotros tenemos toda
una mítica relacionada con la sexualidad y el supuesto extraordinario
comportamiento de los hombres fomentado con imaginarios que le dan atributos de
excepcionalidad a sus penes.
La
relación entre el hombre y su pene va más allá de cuestiones sexuales o
biológicas. La cultura de la masculinidad latina le rinde un desmedido culto al
órgano sexual, el cual es nombrado de disímiles formas, pero en casi todos los
casos tiene que ver con objetos potentes y seguros.
El
hombre desde niño, es socializado para demostrar su hombría y poder sexual, a
partir de sus dimensiones penianas.
La
falta de relación de los penes con la estética actual de la cultura, no permite
la integración del cuerpo masculino a las artes sin dejar a un lado la
morbosidad o la pornografía sadomasoquista.
Los
hombres deben ejercer un análisis reflexivo y crítico sobre sus estilos de
vida, y la manera en que la violencia se hace presente.
En
conjunto se ha de trabajar en la modificación de todas las leyes que legitiman
–de manera consciente o no- el ejercicio de cualquier forma de violencia por
parte de los hombres.
Asimismo, los hombres continuamente
están siendo violentos con otros hombres y consigo mismos, como parte de la
socialización de sus masculinidades.
¿Es la violencia una característica
propia de los modelos de masculinidad?
Sí, la violencia es el recurso de que
se sirve el hombre para ejercer el patriarcado, teniendo a los modelos
hegemónicos de masculinidad como actores para desarrollarla. A través de ella,
los hombres legitiman su posición dominante en las relaciones de poder respecto
a las mujeres, y a otros hombres que no cumplen las exigencias del modelo de
masculinidad hegemónico propio de su contexto sociocultural.
Masculinidad y Salud.
Dentro de las conductas impuestas a
los hombres como parte de la construcción social de su masculinidad, se ha
extendido la creencia de que la salud es un asunto exclusivo de las mujeres,
quienes son las llamadas a ocuparse ante la aparición de cualquier malestar,
por inofensivo que parezca. Regularmente, los hombres heterosexuales delegan en
sus parejas la responsabilidad del cuidado de su salud sexual y reproductiva.
En ese sentido, se hace necesario
crear espacios de reflexión donde los hombres <<deconstruyan>> los
viejos mitos que permean a la relación que se establece entre masculinidad y
salud sexual-reproductiva. Lograr cambios positivos se convierte en un
verdadero reto, que implica la conjunción de múltiples factores y el desarrollo
de acciones que se complementen unas a otras.
Entre las estrategias a seguir, se
hace imprescindible que los hombres comiencen a interesarse por la aprehensión
de conocimientos e informaciones relacionadas con la salud sexual y
reproductiva, no solo de su sexo, sino además de las mujeres. Ellos, por lo
general, adolecen de estos conocimientos, y aunque se sientan interesados por
adquirirlos, no encuentran los espacios propicios para ello. De ahí que la
creación de foros libres, que no se muestren como una <<amenaza>>
para los hombres, y donde ellos puedan socializar libremente sus dudas, saberes
y experiencias en torno al tema, es una opción viable.
Dentro de las exigencias que impone a
los hombres el modelo tradicional de masculinidad impuesto en nuestras
sociedades, el perseguir el ideal del varón-héroe, particularmente durante la
adolescencia y la juventud, los expone constantemente a realizar acciones que
encierran conductas de alto riesgo para su salud. En muchas ocasiones, el
descuido y el abuso excesivo de sus capacidades corporales durante el ejercicio
de estas acciones, se convierte en un factor que llega a atentar contra sus
propias vidas. Asimismo, es común ver cómo los hombres, ante situaciones de
enfermedad, aguantan dolores, se muestran incapaces de pedir ayuda, e incluso
buscan soluciones alrededor de las drogas y el alcohol.
La situación de la salud de los
hombres a nivel mundial es alarmante. La Organización Mundial de la Salud (OMS)
y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), han concluido, tras realizar
sistemáticamente investigaciones y trabajos de campo sobre el tema, que la masculinidad
y sus formas culturales de expresión inciden en la aparición de conductas
problemáticas para la salud de los hombres como: accidentes por actitudes de
alto riesgo en espacios públicos, infecciones por VIH/SIDA, adicciones a drogas
y el ejercicio de la paternidad desde edades muy tempranas.
De acuerdo al modelo tradicional de
masculinidad, se supone que el hombre es fuerte; por lo tanto, a menudo se
encierra en un halo de inmunidad que lo conduce a no tomar precauciones o
protegerse en aras de cuidar su salud sexual.
Entre ellos resultan de vital
importancia los relacionados con las disfunciones eréctiles, el cáncer de
próstata y la andropausia. En el caso de esta última, resulta ser uno de los
temas más silenciados en nuestras culturas patriarcales, a partir del conjunto
de pérdidas que significa para los hombres, el arribar a esta etapa.
El
Hombre y la Diversidad Masculinidad
El nuevo y diverso hombre ya no oculta
sus sentimientos, ni se pierde en su interior. Encuentra en sí mismo el
concepto de masculinidad uniendo ternura y seguridad como guía de comportamiento.
La
identidad masculina se ha configurado culturalmente siempre en términos de competitividad
y poder; rasgos como el miedo, las lágrimas, el dolor o cualquier manifestación
extrema de sentimientos no tenían cabida en el estereotipo de hombre. El
rechazo de estas emociones implica la negación de uno mismo y la incapacidad
para crecer como persona.
No somos
iguales
El desarrollo de la identidad se forja mediante la
interacción de la persona con su entorno social y cultural. Es indudable que
existen diferencias físicas y psicológicas entre hombres y mujeres, si bien es
cierto que sus identidades se manifiestan como tales a través de la relación
con otras personas, costumbres, normas o estereotipos vigentes de las
sociedades en las que viven.
A lo largo del proceso de
socialización, el niño interioriza las normas y valores propios de una sociedad
básicamente patriarcal. A través de su aprendizaje en la familia, escuela,
grupo de amigos y medios de comunicación, alcanza el significado del
comportamiento “masculino”. El niño descubre que un hombre de “verdad” es el que
se comporta siguiendo una serie de patrones y los diferencia de aquellos que no
debe presentar por ser propios del mundo femenino. Estos rasgos han sido
durante tiempo inmemorial: El hombre, por tanto, se encuentra atrapado en un
laberinto de roles, exigencias y mandatos que paralizan su capacidad de sentir
y de exteriorizar sus emociones. Ante
esto, o bien puede seguir bajo el peso de la norma social, con la consiguiente
pérdida de sí mismo, o aventurarse en un proceso de aceptación y comprensión
personal. No se trata de asumir lo denominado “femenino”, la masculinidad no se
completa únicamente con esos rasgos, ni se trata de alcanzar un prototipo de
hombre afeminado.
La verdadera feminidad
Para tenerlo más claro sólo hay que
observar el cambio social en los estereotipos
protagonizado por la mujer. A lo largo de los años 50, 60 y 70, la mujer
se alza frente a la represión masculina vivida a lo largo de la historia,
interioriza los valores masculinos como propios y busca en ellos una
reafirmación errónea de sí misma. Es en los 90 cuando adquiere conciencia de
que la verdadera feminidad no radica en asumir roles puramente masculinos, sino
en saber expresar y entender como mujer atributos socialmente encasillados en
el mundo masculino. Es un conocimiento profundo que supone un giro radical en
su situación y en todos los aspectos de su vida, educación, trabajo, familia o
relaciones personales con su entorno. Igual debe ocurrir en el caso de los hombres.
Las tres décadas de transformación de
lo femenino son imprescindibles en la modificación de las relaciones humanas de
nuestra sociedad, pero es insuficiente sin el cambio de lo masculino.
Identidad masculina
Así, frente a este modelo
tradicional, cada vez cobra más fuerza el concepto de una nueva y diversas masculinidades,
basada en la superación de las barreras, los estereotipos y las normas
sociales. Consiste en alcanzar una identidad masculina que permita al individuo
ser persona en el más amplio sentido de la palabra. Este nuevo modelo se
basaría en:
·
Aceptar la propia vulnerabilidad masculina.
·
Aprender a expresar emociones y sentimientos.
·
Aprender a pedir ayuda y apoyo.
·
Aprender métodos no violentos para resolver los
conflictos.
·
Aprender y aceptar actitudes y comportamientos
tradicionalmente considerados femeninos, necesarios para un desarrollo humano
completo.
Es, en resumen, una masculinidad que permita el desarrollo personal y
profesional, la exteriorización de las emociones y la participación en una
relación profunda con los demás.
COMO SE CONSTRUYE UN HOMBRE
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La masculinidad como armadura
Las formas en que los hombres hemos construido
nuestro poder social e individual son, paradójicamente, fuente de un enorme
temor, aislamiento y dolor para nosotros mismos. Si el poder se construye
como la capacidad para dominar y controlar, si la capacidad de actuar de
maneras "poderosas" requiere de la construcción de una armadura
personal y de una distancia temerosa de los otros, si el propio mundo del
poder y privilegio nos aparta del mundo de la crianza y la educación
infantil, estamos creando hombres cuya experiencia de poder está plagada de
problemas paralizantes.
Esto se debe a que las expectativas
interiorizadas de la masculinidad son imposibles de obtener o satisfacer.
Esto puede ser un problema inherente al patriarcado, pero parece
particularmente cierto en tiempos y culturas donde las rígidas fronteras de
género han sido desechadas. Ya sea por logros físicos o financieros, o por la
supresión de una gama de necesidades y emociones humanas, los imperativos de
la masculinidad, parecen requerir de un trabajo y una vigilancia constantes,
especialmente para los jóvenes.
Las inseguridades personales conferidas por la incapacidad de pasar la prueba de hombría, o simplemente por la amenaza del fracaso, son suficientes para llevar a muchos hombres, a un torbellino de miedo, aislamiento, ira, autocastigo, autorrepudio y agresión.
En dicho estado emocional, la violencia se
convierte en un mecanismo compensatorio. Es la manera de restablecer el
equilibrio masculino, de afirmarse a sí mismo y a los demás las propias
credenciales masculinas. Esta expresión de violencia suele incluir la
selección de un objetivo físicamente más débil o vulnerable, como un niño o
una niña, una mujer o bien grupos sociales, como los homosexuales o los
inmigrantes, quienes son blanco fácil de la inseguridad y la ira de ciertos
varones, especialmente porque esos grupos a menudo no cuentan con protección
legal adecuada. (Este mecanismo compensatorio está indicado claramente, por
ejemplo, en la mayoría de los ataques a homosexuales, cometidos por grupos de
jóvenes, en el periodo de sus vidas en que experimentan mayor inseguridad
respecto a su grado de hombría.)
Lo que permite a la violencia funcionar como
mecanismo compensatorio individual ha sido su amplia aceptación como medio
para solucionar diferencias y afirmar el poder y el control. Lo que hace esto
posible es el poder y los privilegios que los hombres han gozado codificados
en creencias, prácticas, estructuras sociales y en la ley.
La violencia de los hombres en sus múltiples
variantes es entonces resultado de su poder, de la percepción de su derecho a
los privilegios, del permiso para ejercerla y del temor (o certeza) de
carecer de poder.
La armadura psíquica de la masculinidad
La violencia de los hombres también es el
resultado de una estructura de carácter basada típicamente en la distancia
emocional respecto de los otros. Las estructuras psíquicas de la masculinidad
son creadas en ambientes tempranos de crianza, a menudo tipificados por la
ausencia del padre y de varones adultos, o al menos, por la distancia
emocional de los hombres.
En este caso la masculinidad se codifica por ausencia y se construye a nivel de la fantasía. Pero incluso en culturas patriarcales donde los padres están más presentes, la masculinidad se codifica como un rechazo a la madre y a la feminidad, o sea un rechazo a las cualidades asociadas con la crianza y el apoyo emocional. Como han hecho notar varias psicoanalistas feministas, esto crea rígidas barreras al ego o, metafóricamente, una armadura. El resultado de este complejo y particular proceso de desarrollo psicológico, es una habilidad disminuida para la empatía (experimentar lo que otros sienten) y una incapacidad para experimentar las necesidades y sentimientos de los demás como relacionados necesariamente con los propios. Así se posibilitan los actos de violencia contra los otros.
¿ Qué tan seguido escuchamos a un hombre decir
que "en realidad no lastimó" a la mujer a quien golpeó?
Efectivamente, se está justificando, pero parte del problema es que en verdad
no está experimentando el dolor que causa. ¿Cuántas veces escuchamos a un
hombre afirmar que "ella quería tener relaciones sexuales"? También
puede ser una excusa, pero a la vez un reflejo de la capacidad disminuida
para leer o entender los sentimientos de los demás.
La masculinidad como olla psíquica de presión
Muchas de nuestras formas dominantes de
masculinidad dependen de la interiorización de una gama de emociones y su
transformación en ira. No sólo se enmudece el lenguaje emocional, también nuestras
antenas emocionales y capacidad de empatía se bloquean. Una gama de emociones
naturales se declaran inválidas y fuera de nuestros límites. Y aunque esto
tiene una especificidad cultural, es típico que los niños aprendan desde
pequeños a reprimir el dolor y el miedo. Por medio de los deportes enseñamos
a los muchachos a ignorar el dolor. En casa les decimos que no lloren y que
actúen como hombres. Algunas culturas celebran una masculinidad estoica. (Hay
que enfatizar que los niños aprenden esto para sobrevivir, de ahí la
importancia de no culpar al niño o al hombre individual, aún cuando los
hagamos responsables de sus actos.)
Por supuesto, seguimos, como humanos,
experimentando eventos que provocan una respuesta emocional, pero los
mecanismos más comunes de ésta, desde la vivencia real de la emoción hasta la
expresión de los sentimientos, sufren diversos grados de ruptura en muchos
hombres. Para ellos la única emoción válida es la ira. De ese modo, una gama
de emociones se canaliza hacia la ira. Aunque esto no es exclusivo de los
hombres (ni válido para todos), para algunos no es raro responder
violentamente ante el temor, el sufrimiento, la inseguridad, el dolor, el
rechazo o el menosprecio.
Esto sucede particularmente cuando se siente la
ausencia de poder. Este sentimiento sólo exacerba las inseguridades
masculinas: si la masculinidad es cuestión de poder y control, no ser
poderoso significa no ser hombre. Así, la violencia se vuelve el medio para
probar lo contrario ante uno mismo y los demás.
La violencia aprendida
Para algunos hombres todo esto se combina con
experiencias más patentes. Demasiados hombres han crecido en hogares donde la
madre era golpeada por el padre. Crecieron presenciando conductas violentas
hacia las mujeres como la norma, como la manera de vivir la vida. Para
algunos esto produce aversión a la violencia, mientras que en otros se
convierte en una respuesta aprendida. En muchos casos suceden ambos
fenómenos: hombres que utilizan la violencia contra sus mujeres a menudo
experimentan un profundo repudio de sí mismos y de sus conductas.
Sin embargo la frase "respuesta
aprendida" puede resultar demasiado simple. Algunos estudios han
mostrado que quienes crecen presenciando violencia tienen mayores
probabilidades de actuar violentamente. La violencia puede ser una forma de
llamar la atención, un mecanismo para sobrellevar la situación, una forma de
exteriorizar sentimientos imposibles de manejar. Estos patrones de conducta
continúan más allá de la niñez: muchos de los individuos que acaban en
programas de atención a hombres que utilizan la violencia, fueron testigos de
abuso contra su madre o lo sufrieron en carne propia.
Las experiencias pasadas de muchos hombres,
también incluyen la violencia que ellos mismos han padecido. En numerosas culturas,
aunque los niños tengan la mitad de las probabilidades de las niñas de ser
objeto de abuso sexual, para ellos se duplica la probabilidad de ser objeto
de maltrato físico. Esto no produce un resultado único, y dichos resultados
no son exclusivos de los niños, pero a veces estas experiencias personales
inculcan profundos patrones de confusión y frustración, donde los niños han
aprendido que se puede lastimar a una persona amada y donde sólo las
explosiones de ira pueden eliminar dolores profundamente arraigados.
Está por último el ámbito de la violencia trivial
entre niños, que no parece en absoluto insignificante. En muchas culturas los
niños crecen entre peleas, hostigamiento y brutalización. La mera
sobrevivencia requiere, para algunos, aceptar e interiorizar la violencia
como norma de conducta. (Michael Kaufman, tomado de Letra S número 45, abril
de 2000)
CAMBIO DE LAS MASCULINIDADES DESDE LA EDUCACIÓN
Llevo 9 años trabajando e investigando sobre las
masculinidades y su posible cambio hacia espacios de paz y equidad. En los
últimos seis años hemos investigado e intervenido a través del «Programa
Ulises para la prevención de las violencias masculinas» desarrollado en
centros educativos de primaria y secundaria, directamente con el alumnado
pero también con todos los agentes socializadores de su entorno (madres,
algún padre, profesorado, personal sanitario, funcionariado social, etc.).
Analizando la percepción de las masculinidades y la situación
en la escuela observamos que nos encontramos en un difícil momento para los
cambios hacia la igualdad entre mujeres y hombres. Apenas estamos recogiendo
los frutos de largos años de feminismo y ya se escuchan voces de victoria y
complacencia frente a una realidad donde las mujeres supuestamente ya pueden
“hacer lo mismo que los hombres” o incluso “más que ellos”.
Sin embargo las futuras generaciones, bañadas en esta
ingenua complacencia, han creado una parálisis crónica en el cambio. Es como
si lo importante fuera obtener respaldo en el mundo social y laboral aunque
ello suponga abrazar las ideologías más tradicionales y patriarcales, aun a
costa de maximizar el comportamiento masculino y los valores de los hombres y
ahora también de las mujeres. Lo que desde luego no ha cambiado es la
ecuación donde lo masculino sumado a cualquier variable es igual a poder.
Identidad masculina
El
hombre actual debe replantearse su identidad frente a la vida moderna.
Adaptarse a los cambios de su entorno.
La
revolución industrial ha movido al hombre fuera de su hogar, hay que ir a
buscar el trabajo en donde se encuentre, el abandono de la familia es un
hecho, nosotros no somos culpables de esta situación, nuestra familia
tampoco.
El
movimiento feminista ha generado una ola que nos ha desequilibrado. Oponer
resistencia nos agota, dejarnos llevar nos aleja. Debemos aprender a movernos
en esta nueva dinámica aprovechando nuestras fuerzas y las de nuestra pareja
en beneficio de ambos. Tenemos la opción de ver hacia adelante con optimismo
o dejarnos morir junto con los que no se atreven a navegar hacia el cambio.
La
falta del padre.
Aún para los que tenemos un padre y para nuestro propio padre, existe un
hueco en la identidad masculina. Los padres se desligan de los hijos para
trabajar. La comunicación entre ellos y nosotros está trabada de alguna
forma. Sus sentimientos son tabús, los nuestros se estropean. Los sustitutos
para llenar ese hueco son los héroes, todos queremos un padre superhéroe.
Nuestra identidad se forja sobre el superhombre, un mito, un engaño.
La
sobreprotección de la madre.
Todo contacto físico viene de nuestra madre, conocemos nuestro cuerpo a
través de ellas, de sus manos, de sus caricias. Aprendemos a vivir fuera de
nuestro cuerpo, el contacto de nuestra piel por un hombre, incluyendonos
nosotros mismos está prohibido en nuestro inconciente; en caso contrario lo
juzgamos homosexual.
Estas
debilidades son parte de nosotros, la única manera de cambiar es aceptarlas y
entenderlas. No se trata de culpar a nuestros padres, que en la mayoría de
los casos nos aman. En un problema genealógico, nuestros abuelos
transmitieron estas características a nuestros padres, ellos a nosotros y
nosotros a nuestros hijos.
El
miedo a la intimidad es otro factor de nuestra identidad que nos presenta
desarmados ante las relaciones de pareja. Cuando un hombre no ha tenido la
oportunidad de separase de su madre, quien llena el hueco del padre, forma
una ambivalencia que se traduce en el miedo a la intimidad, con uno mismo y
con las mujeres. Al no tener la oportunidad de desarrollar una intimidad con
uno mismo no es posible la intimidad con otra persona. Somos dependientes del
miedo a la intimidad pero lo exteriorizamos como miedo al abandono de la
pareja.
La
agresividad es una característica masculina que ha sido reprimida. La falta
del padre evita el contacto con esta sensación, el contacto con la madre
reprime esta violencia porque ella la juzga mala, para comportarnos según las
espectativas de nuestra madre debemos ser buenos (pasivos). Esta violencia
reprimida se transforma en hostilidad hacia la mujer, lo que evitará la
intimidad.
La
religión limita también tanto la violencia como la sexualidad, dejando al
hombre falto de dos cosas escenciales de su identidad. Por otro lado, la
religión en lugar de reunir el espiritu con el cuerpo, los separa; asi como
separa al padre del hijo.
Entiendase
violencia como el sentimiento de hombre que nos mueve a conseguir lo que
queremos rompiendo las barreras que nos limitan. La libertad que tanto
deseamos en nuestros sueños de aventuras, de superhéroes. La violencia es una
forma de poder que nos hace encontrar nuestra identidad masculina. No podemos
negar ese elemento tan nuestro que ha sido reprimido.
La
aceptación de nuestras características masculinas nos permite aceptarnos tal
como somos e iniciar así una metamorfósis hacia nuestra identidad, dejando de
pretender ser algo que no somos y que nos lleva a ser actores en un teatro en
donde no tenemos un papel que jugar.
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Antes de entrar de lleno en el propósito que nos ha convocado a este
espacio, es decir, empezar a sanar las profundas heridas presentes en el
masculino y el femenino de cada uno de nosotros, se hace necesario un mapa que
describa muy superficialmente, ya que no se puede hacer de otra manera, las
múltiples corrientes y teorías que circulan actualmente dentro de las nuevas
masculinidades, y especificar porque de entre todas, la corriente arquetípica o
mítico-poética, junto con algunas claves básicas de la teoría funcional, y la
de man´s studies, como el contexto y la adaptabilidad que influyen en el
proceso de individuación, y por ende, de identificación, me parece la más
correcta de todas. No tanto para entender la complejidad de las relaciones-cosa
para la que son indiscutiblemente más útiles estas anteriores- que se dan entre
lo masculino y lo femenino, sino como instrumento de sanación.
Ademas, es posible, si sintetizamos la información y la contextualizamos en un marco adecuado, integrar todas estas teorías en una teoría meta-integral que tome lo mejor de cada una.
A este fin escribo este post, que necesariamente se extenderá un poco más de lo normal.
Y que tendré que dividir en partes más o menos estructuradas.
Pero antes de describir las diferentes corrientes que definen o intentan definir lo que es un hombre, quiero hacer un apunte sobre los tipos psicológicos de Jung.
Jung divide la ser humano en dos tipos psicológicos básicos (introvertidos y extravertidos), que a us vez tiene cuatro funciones: dos que son puramente perceptivas, la sensación y la intuición, y dos que son interpretativas de estas funciones perceptiva, que son el pensamiento y el sentimiento.
Cada individuo, todo según Jung, tiene una función superior hacia la que se siente naturalmente inclinado, y otra que se le opone, que denomina la función inferior, que es la última en aparecer en el proceso de desarrollo, y que es la que le conecta con el inconsciente colectivo. Además de estas existen dos funciones secundarias sobre las que se apoya el individuo en su proceso de individuación, y que desarrolla en uno o diverso grado. El comentarista más sencillo y abordable de Jung, R. Robertson, establece un sistema de ejes, uno vertical con la función superior arriba y la función inferior abajo, y otro horizontal donde quedan las dos auxiliares. Así, por ejemplo, un tipo como yo, introvertido, que tiene, o eso me dicen, como función superior el pensamiento, tendría como función inferior el sentimiento extravertido.
Aunque no estoy de acuerdo en el modelo junguiano de los tipos, y me parece muy perfeccionadle, reconozco que es muy útil para discernir porque algunos hombres se sienten naturalmente inclinados a interpretar la información del mundo a través el pensamiento filosófico, y otros a explicarlo, y otros a percibirlo y experimentarlo directamente. Las combinaciones las dejo para cada uno, ya que tampoco son tantas, dos tipos por cuatro funciones, dan 8 tipos psicológicos, cada uno con su función superior, su función inferior, y sus dos auxiliares. Un juego divertido.
Me he referido a este particular, porque para el tema que nos ocupa, es útil saber que cada persona tiene una inercia natural a descodificar la información a través de sus propias tendencias y filtros particulares. O sea sé, que ve el mundo a través de sus propias gafas. Yo mismo lo estoy haciendo en estos momentos a través de mis funciones. Y no es por casualidad que necesite encontrar una síntesis integradora para todo, a pesar de tener mis preferencias.
Del mismo modo las teorías sobre las masculinidades y femineidades están influidas notoriamente por los tipos psicológicos que las proponen.
Soltado el rollo, vamos al tajo.
De cada teoría haré un pequeño comentario, intentando obtener lo que desde una visión integral mas nos interese.
1. Sociobiologismo
Una de las principales corrientes de las cuales se han derivado explicaciones sobre la condición masculina, es la de orientación socio-biologista.
Para los también llamados diferencialitas o los que sostienen la
existencia de un eterno masculino, el comportamiento humano "se explica
básicamente en términos de herencia genética y de funcionamiento de las
neuronas".
Herederos de las tesis de Darwin, creen que la conducta humana resulta
de la evolución y de la necesidad de adaptarse". Estas teorías
sociobiológicas sostienen que "los sexos no están hechos para entenderse
sino para reproducirse". De gran asidero en el sentido común patriarcal,
esta corriente consideraría que la condición de los hombres es innata y viene
dada por los espermatozoides –así como la de las mujeres por los ovarios. Los
hombres estarían en "competencia inevitable por la posesión del potencial
reproductivo limitado de las hembras", extrapolando modelos de comportamiento
basados en la naturaleza. Sería la capacidad dada por la fuerza y la
agresividad lo que cuenta en esa competencia y sólo los que poseen tales
atributos logran imponerse.
Comment: Personalmente no creo mucho en el enfoque justificativo de esta teoría, porque quieren convertir un rasgo heredado, en una esencia inmutable, lo cual no quiere decir que el falo, la vagina, las caderas (ay, las caderas!) y los ovarios no tengan peso. Lo tienen y mucho, y en este sentido se conecta con otras corrientes como los esencialistas, y los funcionalistas. Si analizamos el tema sin prejuicios con un poco de profundidad, es inevitable aceptar el valor de la función social y del impulso o huella genética en el desarrollo de la masculinidad tanto como de la femineidad, aunque ambas cosas deberían estar diferenciadas cuando aquí se presentan como lo mismo, por cuestiones de espacio. De hecho, se puede decir que ambas entrarían dentro o serian subtipos de la teoría funcional, si contemplamos tanto la herencia genética como la función social como estrategias naturales y culturales adaptativas, respectivamente. Y el elemento funcional de la masculinidad y la femineidad es sin duda uno de los que más relevancia tienen de cara a comprender las complejas relaciones que se establecen entre hombres y mujeres, en todas las épocas. De hecho, podríamos decir, y lo comentaremos mas tarde, que la teoría funcional es una expresión misma de la evolución de los mismos arquetipos, y eso abre un canal de comunicación entre la corriente mito-poética o arquetípica, y la funcional, biológica y social. Algo muy importante.
Sin embargo, la fundamentación que se presenta aquí, pretende reducir la
relación hombre mujer a una relación congelada, esencial e inmovilista, cuando
no es así en absoluto. Ni funcionalmente, ni socialmente, ni tampoco
biológicamente hablando, aunque este último elemento, es el más cercano a la
ley de la necesidad, del instinto, y por tanto, el que más se resiste, aunque
no configure un sistema cerrado (mírense las mutaciones, por ejemplo) al
cambio. Presentada así, la teoría socio-biológica pierde su utilidad, y se
queda en un ostracismo sin fundamento, donde el macho y la hembra patriarcales
puede para patearse de por vida, precisamente por su misma resistencia al
cambio.
Cambio que es ley de vida para evolucionar, y que llega a su máxima
inmovilidad en la teoría esencialista:
2-Los esencialistas. Monik y el falus.
“Para otros esencialistas, el sustrato básico de la identidad masculina no deriva tanto de la genética o los espermatozoides como del falo. Esa es la posición que defiende Eugene Monick, para quien “los hombres son falo –identificado con erección y nunca con un pene flácido-. (...)El falo es concebido como fuerza originadora y (...) como elemento primordial de la psique”, entendida ésta al modo jungiano.
Carl Jung había concebido la psique “en el sentido original griego de
alma, esa parte de la experiencia humana que llega a uno desde adentro”, que
interactúa con el “mundo exterior, pero en ningún caso como un epifenómeno de
éste”La masculinidad sería, entonces, un mundo interior esencial y no un
producto externo o social. Un mundo sin historia, que es común a todos los
hombres pero que les trasciende. En este mundo transpersonal es donde se
encuentra la fuente de la cual emana la identidad masculina.
Para Monick, aunque este mundo no le era completamente desconocido antes
de contemplar el falo paterno, tuvo que producirse este episodio para tener la
revelación de qué significaba la masculinidad "Era un mundo que de alguna
manera yo sabía que existía, pero hasta esa revelación no tenía ninguna imagen
tangible que encarnara mi incipiente sentido interior (...) ノl y yo estábamos unidos dentro de una
identidad masculina que tenía sus raíces más allá de ambos”.
Monick ha atribuido al falo una “naturaleza sagrada” pues para un varón
“el falo porta la imagen divina interior de lo masculino”. De aquí que, según
este autor, se pueda explicar que la disminución de nuestra masculinidad se
iguale a la pérdida del órgano sexual masculino, mientras que el logro de la
virilidad se iguale a su uso activo.
Convertido en un “símbolo religioso y psicológico”, el falo “decide por
su propia cuenta –independientemente de las decisiones del ego de su dueño-
cuándo y con quién entrar en acción”.
Presentado como un “arquetipo en su esencia”, los “hombres no pueden
–por más que deseen lo contrario- hacer que el falo obedezca al ego. El falo
tiene su propia mente”.
Así, este ente divinizado y autónomo, “gobernado por su propia ley o
naturaleza interior” coloca el tema del origen de la identidad masculina afuera
de cualquier explicación de origen cultural y lo ubica en este
mundo-interior-transpersonal.
Comment: Esta es la típica versión extraída de una cadena de deducciones erróneas.
Y la mezcolanza que conlleva es peligrosa. La mas peligrosa de todas,
que es base de todos los fundamentalismos que existen.
Por ejemplo, y para empezar, los arquetipos de Jung nada tienen que ver con esencias, sino con huellas, que precisamente tienen lugar en el trascurrir del tiempo-espacio. Jung los llamó asi por eso, porque en griego la palabra archetypus significa grabación, o primera grabación.
El peligro de los arquetipos, y esto es precisamente lo que les ocurre a los esencialistas y a las personalidades mana (otro término que acuño Jung para describir una personalidad cuya identidad o noción de identidad ha sido poseído por un arquetipo), es que tienen la suficiente fuerza acumulada para confundirlo con esencias (otra herencia errónea de la tendencia a las abstracciones de la filosofía occidental clásica). En cierto modo actúan como creencias o paquetes de información que han llevado la misma forma durante siglos y siglos, y que se han vuelto incuestionables. Pero no por ello siguen dejando de ser lo que son, huellas y dinamismo, tendencias energéticas que se transmiten tanto culturalmente como social y biológicamente (ya que ambos son aspectos de la psique humana, que incluye el cuerpo, y su biología, y las estructuras de relaciones que ambas forma, tan influenciable por lo que llamamos el aspecto mental de la psique).
Ignoro si es Monik, o el comentador/a de este texto en cuestión, o los dos, los que cometen el error de confundir lo arquetípico con la esencia.
Tampoco es cierto que los arquetipos pertenexcan a un mundo transpersonal (aquí Wilber hablaría de la diferencia entre los arquetipos pre personales y Transpersonal, pero para que rizar el rizo...) sino mas bien, colectivo, sea pre o transpersonal, y además, inconsciente. Son las huellas cárnicas de ese mundo, de esa herencia colectiva que todos llevamos grabadas en nuestras células, cuerpo, mente y alma (el conjunto de la psique) y cuya información imprimimos en el falo del padre, o en la teta de la madre. Es la información de siglos y siglos reproduciéndose una vez más en múltiples niveles, y lo hace arquetípicamente, es decir, grabándose y proyectándose, y esto lo descubrió un tipo llamado Konrad Lorenz cuando una cría de oca le adopto como madre, en lo primero que tenemos a mano. Es por este motivo que un mismo arquetipo como el de padre, o madre, o mujer, u hombre, tiene connotaciones tan diferentes en culturas diferentes, aunque por supuesto conserve características similares.
Por último, decir que si los arquetipos tuvieran remotamente algo que ver con lo esencial, no podrían evolucionar, pero es un hecho que los arquetipos de madre, padre, y todos los dioses que los representan desde el gran caos, Urano, gea, Saturno y rea, Zeus y Hera, etc...Han evolucionado, en, con y gracias a la psique humana. Sobre la evolución de los arquetipos y la falacia de dividirlos en pre o transpersonal se podría escribir un libro entero.
En fin, y lo del falo siempre erguido, para que comentarlo....
Una cosa más es necesaria señalar. Esta es también la visión esencialista que la mente occidental ha tomado del tanta tradicional hindú. Y eso es peligroso, porque la mentalidad india, cuya cultura es tan reacia a los cambios, está llena de asunciones permanentitas e inmutables, que a su vez, se atribuyen a los dioses esencias permanentes e inmutables. Esa es la razón de que haya tantos dioses en el panteón hindú, más que ningún otro que se conozca, porque necesita de muchos aspectos para compensar esta aparente inmutabilidad, que se expresa a si misma en distintos aspectos o avatares que si están sujetos a las leyes de maya.
Pero la mentalidad india no puede evitar asociar este cambio a un ciclo
eterno e inmutable que además se asocia al sufrimiento.
Solo lo inmutable es real, lo demás
es ilusorio, esta es la base de su enconada resistencia a todo tipo de cambios
y porque ha asimilado de esa manera tan peculiar, conservando su idiosincrasia,
tantas culturas, religiones e ideas que han cohabitado con ellos a lo largo de
la historia.
El panteón indio es con mucho el
que menos ha evolucionado a lo largo de los siglos, y esto es porque se ha
confundido y se sigue confundiendo a los arquetipos dinámicos con realidades
divinas y esenciales (que tampoco lo son, por cierto), y porque su cultura está
basada en un esquema mental aun primitivo, a nivel popular, profundamente
mítico, incluso mágico.
En el caso del tanta hindú, creo que confundir los roles del animus y el anima, que corresponderían, aunque en este caso son intercambiables, a shiva y a shakti, a una esencia masculina y femenina inmutables, es también una actitud típicamente mítica, e incluso mágica. A un nivel profundo, el tantra muestra su valor dinámico y arquetípico, casi mejor que cualquier otra doctrina, pero este dinamismo tan esotérico se pervierte en errores conceptuales cuando arriba a nuestras orillas occidentales, tan ávidas de esencias y verdades inmutables.
Este permanentismo es
comprensible, e incluso inofensivo-si obviamos las desastrosas consecuencias
sociales y personales del sistema de castas- para la mentalidad y cultura india
tradicional, pero hace estragos en nuestra cultura occidental cuando se oyen
voces de nuevos maestros neo-tántricos del corte de David Deida, John Gray, and
C.O, que sitúan la esencia de la masculinidad y o de la femineidad en el falo o
en la vagina, en Marte o en Venus, en la agresividad o en la ternura,
respectivamente.
Estoy de acuerdo con el tantra en que hay una inteligencia natural en estos dos órganos, cuando uno se relaja, respira, y deja que la polaridad o bioenergética natural se mueva por si misma, pero una cosa es esto, y otra, confundir arquetipos y dioses con esencias, y ponerlos todos en un mismo bote.
Esencia es esencia, y si hablamos de esencia, solo puede haber una, si
hablamos de dos ya estamos hablando de aspectos de la esencia. Este es motivo
suficiente para hablar de una esencia masculina y otra femenina, porque el
término en si es contradictorio.
Shiva es Shiva, un arquetipo, Shakti es Shakti, otro arquetipo, quizás dos de los mas básicos, ya que corresponden al número dos, que representa la danza cósmica de la dualidad, tal como lo representa de un modo más dinámico aun el ying y el yang, que no son esencias, sino una representación de la dinámica dual y complementaria de la realidad.
Para que haya
movimiento tiene que haber dos, porque allí donde existe el dos hay movimiento
entre uno y el otro. Es decir, relacionalidad, intercambio, dinamismo, vida.
Aunque aun cíclico, y poco evolucionado, porque para que haya cambio debe
existir un tercer elemento diferenciador. E incluso un cuarto, pero esto es ir
demasiado lejos, cuando apenas, como bien sabia Jung, estamos evolucionando de
una mentalidad trinitaria-basada en el tres- a una cuaternaria-basada en el
cuatro-.
Lo esencial, que es uno en todo, es algo invisible e inabordable para la razón, e irreductible por el intelecto.
En justicia no habría más esencia que Dios, que El Uno sin segundo de la escolástica, y para que esta esencia lo sea, es preciso que esté en todas partes, así que debe tanto vacía como infinita. Es decir, impensable.
Sea como fuere, la teoría de la esencia masculina y o femenina se hace pedazos por todos lados.
Para no hacer el post demasiado extenso lo diseccionaré por esta parte.
Falta una teoría
que me gustaría obviar, pero que da crudo testimonio de hasta que punto puede
llegar la estupidez del inmovilismo: la teoría del patriarcado inevitable de
Goldberg.
Un enfoque integral en los cuerpos reconoce la
existencia de masculinidades sobrevivientes a los dispositivos de control, uniformidad del modelo hegemónico de cuerpos.
Esos cuerpos, casi siempre clandestinos, minoritarias o condenadas y excluidos,
develan seres diversos que están haciendo posible que el modelo se fracture y
entre las fisuras se genere posibilidades de cambio.
Con el propósito de
sensibilizar y capacitar a los participantes en acciones afirmativas para la
Equidad y la Prevención de la Violencia de Género y la transformación de
comportamientos y actitudes machistas.
“El proceso buscó desde su inició crear un ambiente de confianza
y comunicación adecuado para reflexionar en torno a las identidades masculinas,
a partir de los insumos de la experiencia, un proceso intensivo vivencial en el
enfoque integral de cuerpo.
Este proyecto es un emprendimiento conjunto del Programa
expedicionario del cuerpo
Desde las vivencias y experiencias de cuerpo de quienes
concurrimos a él, buscamos desarrollar -en la acción y en la reflexión- una
perspectiva de género crítica y situada políticamente.
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