Sociedad: Los hombres sí
lloran
La actitud fuerte e imbatible parece ser cosa del pasado.
Cada vez
son más los que defienden la idea de que dejar asomar el lado tierno y débil de
los hombres resulta liberador y saludable. A continuación, un viaje a la
sensibilidad del género masculino.
Más de un
enemigo se echó encima el escritor Arturo Pérez-Reverte tras la renuncia del
ministro de Relaciones Exteriores español Miguel Ángel Moratinos en octubre del
año pasado. Al dimitir, Moratinos no pudo contener la tristeza y llorando se
despidió de todo el país. Pues bien, unas horas después, a través de su cuenta
en Twitter, Pérez-Reverte, autor de best-sellers como La reina del sur (ahora
convertida en serie de televisión), El húsar, La carta esférica y la saga del
Capitán Alatriste, escribió: "Por cierto, que no se me olvide. Vi llorar a
Moratinos. Ni para irse tuvo huevos".
Y España explotó. En todos los medios de comunicación se debatía sobre el
comentario del escritor, quien después, también a través de Twitter ―y
confirmando la impresión ante el escándalo que se le había venido encima―
añadió: "No esperaba este éxito. 2.000 seguidores nuevos en 24 horas,
gracias al extinto ministro".
Sí, pudo haberlo tomado con todo el humor del mundo, pero los comentaristas le
dieron duro. Se le acusó de ser un machista infiltrado en la Real Academia
Española (de la que hace parte), de estar en contra de la igualdad de género,
de tener una conducta misógina, de fomentar la violencia, de... De todo lo
posible.
¿Habría sucedido lo mismo treinta o cuarenta años atrás? No. El pueblo español
(o el de cualquier lugar del mundo) hubiera estado más bien del lado de
Pérez-Reverte y se habría sentido ofendido con aquel político llorón, al que de
plano calificaría de débil y blandengue. Y sobre todo de poco hombre. Después
de todo, Pérez-Reverte no hacía más que dar una nueva versión de aquella
leyenda según la cual Boabdil, el último rey de Granada, tras rendirse a los
Reyes Católicos y salir rumbo al exilio, dejó escapar una lágrimas mientras
contemplaba las murallas de su ciudad. Entonces su madre le habría dicho:
"Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre".
¿Qué pasó, entonces? Javier Omar Ruiz es uno de los fundadores del colectivo
Hombres y Masculinidades, una ONG que desde hace quince años busca ofrecer
posibilidades de transformación a lo que culturalmente se considera que
significa hacer parte del género masculino: esa carga obligatoria que dice que
los hombres no lloran, no cocinan, no sienten miedo, no pueden ser tiernos, y
'tienen' que ser fuertes, corajudos, superiores a las mujeres y no estar en la casa
sino en la calle, demostrando ímpetu en el espacio social. Ruiz dice:
"Podríamos decir que estamos viviendo un proceso de liberación masculina
en tanto que los hombres se comienzan a preguntar sobre otras posibilidades de
ser y empiezan a validar el plural de la masculinidad. Venimos de un modelo
hegemónico absoluto y estamos reivindicando las masculinidades: hay una
variedad de posibilidades de ser hombre, no una sola. Llegamos a eso cuando
muchos individuos empezaron a reconocer en sus vidas personales y familiares
que ese modelo de hombre era una carga para ellos, algo que no los dejaba
expresarse libremente, que los hacía infelices".
Los orígenes de este cambio se remontan a la liberación femenina. Sobre todo a
la que se conoce como la segunda sucesión de este movimiento (años 80), que fue
acaso menos apasionada, más reflexiva que la de los 60, y que tuvo en cuenta
que si la mujer debía zafarse de una idea preconcebida de lo que era lo
femenino (únicamente ser mamá, ama de casa, obediente y tierna), el hombre
también debía hacer lo propio ante lo masculino (ser el único en el hogar que
sale a trabajar, el que habla fuerte y no entra a la cocina, ni se mete en la
crianza de los hijos).
John Wilson Osorio, jefe del departamento de Humanidades de la Universidad CES,
y quien lleva años investigando sobre el tema, explica: "Hasta cierto
punto se puede decir que los movimientos feministas llevaron a la palestra el
tema y originaron también los movimientos de liberación masculina. Y es que el
origen del concepto tiene que ver con las segundas generaciones de feministas.
Ellas descubrieron que no se trataba de pelear con los varones. Que en el
reparto de funciones y tareas, dentro del sistema sexo-género, también a ellos
les corresponde un alto grado de dolor, sacrificio y sufrimiento. Que los roles
y pautas culturales impuestos sobre lo masculino conllevan un peso agobiante.
Las exigencias que por tradición han de cumplir los varones se llevan a cabo,
pero en medio de fatiga, desgaste, agotamiento, deterioro, estrés y quebrantos
físicos y emocionales".
Hace unos años, Osorio hizo un listado de asuntos que históricamente han estado
prohibidos para los hombres (o que al menos no son bien vistos en ellos). Aquí
van algunos: no deben llorar; no deben decir 'no sé' o 'no soy capaz'; no deben
dejar de estar a cargo; no deben dejar de dar protección y seguridad en todas
las ocasiones; tienen que ser útiles; no deben ser débiles y cobardes; no deben
ser tiernos; tienen que ser proveedores totales; no deben admitir que tienen
miedo; viven con el síndrome de ser héroes; no deben hacer trabajo doméstico...
¡El peso es inmenso!
Si durante siglos las mujeres tuvieron que aguantar una fuerte opresión, a los
hombres les tocó lo suyo: no es fácil jugar siempre el juego del macho que se
las sabe todas. Es debido al cansancio ante semejante carga ―y de carambola,
gracias a la liberación femenina― que se empezó a hablar de conceptos como
flexibilización masculina, nueva masculinidad y, cómo no, liberación masculina.
En últimas, todas son nociones que apuntan a lo mismo: a que los hombres
expresen lo que sienten y hagan lo que desean, verdaderamente movidos por la
voluntad y no por un libreto establecido para su género. O mejor, que dejen ver
todos sus lados, incluso aquellos que la tradición podría equivocadamente
considerar reservados para las mujeres.
Y, aunque lentos, los cambios se están dando. Por ejemplo, el mexicano Pedro
Cruz Camarena, doctor en comportamiento humano, anota: "Lo que antes era
aceptado como varonil y, más aún, lo que antes era calificado como poco
masculino, ahora está cambiando y esto ha ido originando respuestas
diferentes. El proceso de redefinición conductual es lo que yo defino como la
nueva masculinidad".
Pero si alguien puede hablar de cambios es Javier Omar Ruiz. Con su colectivo
Hombres y Masculinidades viaja por todos los departamentos de Colombia haciendo
sesiones de grupo con hombres que muchas veces tienen ideas arraigadas según
las cuales a las mujeres se les puede pegar, o no se les puede ayudar en las
labores domésticas, o, si ellas trabajan, no pueden ganar más que ellos. Y
obviamente, que afirman que los hombres no pueden llorar. A través de
conversaciones y de preguntas (un interrogante clave es: "¿si su hija se
casa con un hombre como usted, cree que ella va a ser feliz?"), él y los
miembros del colectivo van descubriendo aspectos en los individuos. Por
ejemplo: que no son felices; que su comportamiento les roba, les coarta, un
pedazo de vida. Entonces les ayudan a trazar una ruta, una lista de cosas por
cambiar: colaborar en la cocina, ayudar a barrer, ser más tiernos con sus
hijos, etc., haciéndoles ver que aquello no los va a hacer menos hombres. Y los
cambios se ven. Ruiz dice: "Buscamos que comprendan que esos comportamientos
de tradición masculina no solo los afectan a ellos mismos, sino también a sus
familias y a su sociedad, y que cuando los cambian, la transformación es
inmensa. Entonces, durante el proceso, cuando se dan cuenta del error en el que
llevan años metidos, muchas veces revientan en llanto, un llanto inmensamente
triste, de quién sabe cuántas tristezas guardadas, que es curativo y
sanador".
Ya alguna vez alguien lo dijo: llorar es más bien cosa de machos. Que lo diga
Antanas Mockus si no.
Los alcaldes también lloran
Un día
después de los ataques terroristas que trastornaron la primera posesión
presidencial de Uribe, Mockus visitó en el hospital San José a Carmen Mireya
Ochoa, una niña de tres años que resultó herida en las piernas y el abdomen
después de que uno de los explosivos lanzados contra el Palacio de Nariño
cayera sobre su casa. Allí, ante los periodistas, el por entonces Alcalde de
Bogotá dijo dirigiéndose a los terroristas: "Les imploro e invoco, si aún
les queda algo de conciencia, que no le hagan más daño a la gente
inocente", y reventó a llorar. Algo parecido sucedió en 1993, cuando el
presidente Gaviria le pidió la renuncia a la rectoría de la Universidad
Nacional, después del escándalo aquel de la bajada de pantalones. Cuando un
periodista le preguntó qué había sentido ante la exigencia del mandatario,
Mockus sólo atinó a dejar salir las lágrimas. Y el año pasado, horas antes de
las elecciones que lo iban a enfrentar a Santos por la Presidencia de la
República en la segunda vuelta electoral, dijo en la televisión: "Quiero
una educación más homogénea, que todos los colombianos tengamos las mismas
oportunidades", al tiempo que las lágrimas rodaban por sus mejillas.
¿Se podría decir que Mockus es menos hombre por haber llorado en público? ¿O
que aquello le ha hecho daño político? No. En estos tiempos, tal vez todo lo
contrario. Encuestas e investigaciones hechas en diferentes países del mundo
dejan ver que la ternura y la emotividad masculina son cada vez mejor vistas.
Lo que, por cierto, no deja de tener algo de paradójico. El mexicano David
Barrios Martínez, autor del libro Resignificar lo masculino, comenta que los
hombres actuales, después de haber sido entrenados para ser rudos, calculadores
y no dejar ver sus emociones, empiezan a encontrarse con mujeres que les piden
que expresen su sensibilidad, cariño y ternura. Este confuso esquema ―explica
Barrios― genera grandes confusiones. Es como si los hombres terminaran
preguntándose: ¿al fin qué?; ¿qué es en últimas lo correcto?; ¿cómo debo
actuar? Algo típico ―dicen los que saben― de los procesos de transformación, de
los puntos de quiebre. Al parecer, estamos en el momento exacto en el que toda
una lógica de lo que significa ser hombre está dando paso a una nueva y, por lo
tanto, desconocida etapa. De ahí la ambigüedad.
¿Y mientras tanto qué? Lo dicho: hay que recordar que no se trata de cambiar de
libreto, sino de que los hombres expresen lo que sienten y hagan lo que desean,
verdaderamente movidos por su voluntad personal y no por el histórico discurso
de género.
No llores por mí...
Hace unos
años, en la Universidad de Luton (Gran Bretaña), la doctora Moira Maguire
realizó un estudio llamado Género y la experiencia de llorar, que dio como
resultado que unas de las razones más importantes que tienen las mujeres para
dejar salir las lágrimas son un 'conflicto interno' o 'un malestar consigo
mismas', motivos que ―revela el estudio― los hombres jamás tienen. O bueno,
jamás aceptan tener. Porque, como lo anota Ruiz, al género masculino se le
exige siempre un por qué claro; no puede llorar 'por cualquier bobada'.
"Es más ―sigue Ruiz―, aunque hemos descubierto que hay mucha tristeza en
los hombres, no pueden expresarla tranquilamente. A los hombres se les permite
llorar cuando se emborrachan, porque uno borracho puede hacer lo que quiera, o
pueden llorar de empute, porque es una expresión masculina; pero no deben ―o
bueno, no debían― hacerlo por la simple razón de que tenían una tristeza
guardada no muy fácil de definir, o porque simplemente querían hacerlo".
El doctor Pedro Cruz Camarena dice: "En nuestro machismo, el llanto es
igual a mostrar sensibilidad, mostrar sensibilidad es igual a ser sensible, ser
sensible es igual a separase de lo masculino, separarse de lo masculino es
igual a acercarse a lo femenino, acercarse a lo femenino es igual a no ser
masculino".
Así las cosas, dejar salir las lágrimas delante de la gente aún puede ser visto
por muchos hombres como un riesgo. Pero se están dando cambios. Que lo diga
Pérez-Reverte si no. ¿Cuándo pudo alguien imaginar que todo un país se le iba a
venir encima a un respetado escritor por burlarse un poquito de un político que
lloraba en pantalla?
"Me importa un pito que me vean llorando"
HAROLD TROMPETERO, DIRECTOR DE CINE
¿Llora con facilidad?
-Soy un
'berrietas'. Me conmuevo con regularidad, más en privado que en público.
¿Y qué lo hace llorar?
-Lloro
porque sí, es mi naturaleza. Me educaron para no reprimir mis sentimientos. Me
hacen llorar muchas cosas, buenas y malas. He llorado 'de piedra', de amor, de
felicidad, de nostalgia, de amargura, viendo un cuadro, un atardecer, dando un
abrazo o un beso... Llorar es una forma de sentirse vivo.
¿Cuándo fue la última vez que lloró?
-El día
de mi cumpleaños estaba con mi mamá, unos amigos y con María del Mar, la mujer
que amo, y les dije, uno a uno, lo que ellos significaban para mí. Fue todo un
río de lágrimas bonitas.
¿Es de los que llora tranquilamente en público?
-En
privado me siento más cómodo, pero me importa un pito que me vean llorando. Lo
importante es que, si uno siente la necesidad, no hay que negarse a hacerlo,
porque si no, uno queda con eso atravesado y ese sí es un problema para el
alma.
¿Cuando estaba chiquito le dijeron: "Los hombres no lloran"?
-Esa
frase la debió decir una mamá, un papá, una tía o alguien desesperado por un
niño que daba alaridos. Es una frase que le ha hecho mucho daño a nuestra
formación como seres sensibles. Yo creo que si a uno más bien le dicen
"Mijo, tranquilo que los machos lloran", se forman mejores seres
humanos, más honestos con sus sentimientos, al menos.
"Ahora conmueve menos ver a un hombre llorando"
JORGE FRANCO, ESCRITOR
¿Llora con facilidad?
-No soy llorón pero tampoco de piedra. Con frecuencia me echo mis
lagrimeadas. Tengo épocas con lágrimas a flor de piel y otras en las que me
toca bombear un poco más.
¿Y qué lo hace llorar?
-La
impotencia, la tristeza, la alegría, la rabia, la indignación, la distancia,
las despedidas... Me dan ganas de llorar en los aviones cuando viajo solo; se
me encharcaron los ojos frente a La noche estrellada, de Van Gogh; lloré cuando
imaginé a mi hija antes de recibirla; lloré cuando la recibí; lloro porque no
voy a estar para siempre junto a ella; lloro cuando no entiendo la vida y
últimamente lloro por llorar.
¿Es de los que llora tranquilamente en público?
-Prefiero
llorar solo para no despertar compasión ni risa, y para poder llorar como Dios
manda.
¿Le incomoda ver a un hombre llorando?
-Me
incomoda ver a cualquier persona llorando, sea hombre, mujer o niño. Me hace
sentir incómodo y culpable, sin serlo. Además, aparte de Ingrid Bergman, en
Casablanca, a nadie le luce el llanto.
¿Cree que los tiempos han cambiado?, ¿que antes era peor visto un hombre
llorando?
-Ahora,
que se llora tanto, conmueve menos ver a un hombre llorando. Antes era una
rareza que, supongo, impactaba mucho más.
"Quiero hacer una serie de televisión sobre el derecho a
llorar"
ANTONIO MORALES, PERIODISTA
¿Llora con facilidad?
-Todos los días. Por las cebollas rojas de origen ecuatoriano que ahora se
encuentran en el mercado, que son potencialmente letales.
¿Qué lo hace llorar?
-Los malos recuerdos de ocho años de uribismo y de seguridad mafiosa,
durante los cuales sus amiguitos atracaron al país. Y lloro en público para que
Daniel Samper Ospina se apiade y pague bien los artículos de SoHo.
¿Cuándo fue la última vez que lloró?
-Ayer, por los gases lacrimógenos que el Esmad lanza en las Torres del
Parque para dispersar estudiantes de la Distrital.
¿Por qué cree que no es bien visto que los hombres lloren?
-Porque
de pronto aparece por ahí un 'facho' y va y le da en la cara, marica.
¿Le incomoda ver a un hombre llorando?
-Para nada. Las lágrimas son las heces de los sueños. Quiero hacer una
serie de televisión sobre el derecho a llorar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario